ANÉCDOTA
Corría muy rápido el año 1971 en la República Argentina. Un joven desgarbado, intenso, espigado, métrico para los gestos, está rindiendo un examen. La cosa no va bien. A los 21 años ya había conseguido lucirse en muchos escenarios de la vida. Se imaginaba amigo de Lennon y de Jagger. Pero en la prueba no podía responder a los requisitos impuestos por los evaluadores.
Lírica, armonía, negras y blancas, versos, rimas, sonetos, y demás podas lingüísticas, lo arrinconan contra el papel. La hoja está en blanco. De repente se le acerca un ser bajo, correcto y gentil, y le dice que es hora de terminar, que el tiempo se acabó y debe entregar su examen.
Ese día lo bocharon, reprobaron y aplazaron. La junta examinadora dictaminó que el joven aspirante carecía de las aptitudes y capacidades para ser socio de esta sociedad.
La Sociedad Argentina de Autores Intérpretes y Compositores (SADAIC) acababa de rechazar, formalmente, a Luis Alberto Spinetta como miembro con derecho a cobrar por sus obras. El flaco no cumplía con los requisitos que, en aquellos años, debían acreditarse durante la cuestionada evaluación.
Por un decreto de las fuerzas supremas de la burocracia creativa, el fundador de Almendra y autor de Muchacha ojos de papel, no podía cobrar regalías por la difusión de sus propias creaciones.
Como respuesta, Spinetta escribió una carta a SADAIC:
Al jurado de examen para la inscripción de socios de SADAIC.
Estimados Rectores:
¡Quién de ustedes llora el sufrimiento eterno!
¿Qué sutileza irreal envuelve sus oídos gastados?
Las circunstancias se redondean al conocerse los daños, pero nunca, desde mi hermoso corazón, al escupir sobre las músicas. Los días, es cierto, pasaron desde mi examen, los sonetos letrinosos con los que se pretendía la formalidad armónica de una canción original, que pudiese ser calificada por un jurado de eliminación, ni siquiera hubieran servido para un silencio ad libitum.
¿Qué pretende la mente corrompida cuando seduce a la inspiración profunda sólo para exhalar flatos onánicos desde el trono de un juicio musical?
¿Es que este tipo de úlceras van siendo ciertas a medida de sus respectivas esclavitudes, señores empleados de la música?
Mi cerebro está totalmente intacto, puedo asegurarlo con mi risa.
Cuando el viento rasga las equilibradas hojas de los paraísos de Buenos Aires, no hay quien disponga de compases, de puntillos milimétricos o de progresiones armónicas aptas para esa música.
Ustedes deben destapar sus oídos, para destapar sus cerebros, cualquier revólver llegaría inexorablemente tarde.
Carta publicada en el diario La Opinión, 7 de mayo de 1972. Spinetta tenía 22 años.
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