Van Morrison, “el león de Belfast” cumple 79 años y sigue rugiendo
Con un registro vocal único y distintivo, el músico irlandés capaz de vincular la tradición folclórica de su país con géneros afroamericanos como el blues y el soul, es una leyenda de la música popular global
Por Gonzalo Fiore Viani (Infobae)
Sir George Ivan Morrison, nació el 31 de agosto de 1945 en Irlanda del Norte y no tardaría en ser conocido por todos como Van Morrison. Por su extraordinaria voz y un estilo musical único y extremadamente personal que fusiona géneros como el rock, el folk, el blues, el soul y el jazz. Cuando uno lo escucha, no hay manera de no identificarlo, no hay nada parecido. Más allá de su talento musical, Van Morrison también es conocido por su compleja personalidad y su aire enigmático.
En los últimos años, Morrison shockeó a muchos de sus fans con declaraciones abiertamente conspiracionistas y ligadas al mundo de la alt-right o “derecha alternativa”. En el otoño de 2020, anunció tres singles temáticos para protestar por las restricciones impuestas tras la pandemia de covid-19, junto a una petición para poner fin a la prohibición temporal de los conciertos en vivo. En una de estas canciones, “No More Lockdown”, cantaba sobre los científicos “inventando hechos torcidos”, al mismo tiempo que calificaba a los políticos que tomaron medidas restrictivas como “matones fascistas”.
Morrison en su país es una leyenda nacional y su figura es tan importante que, incluso, el ministro de Salud de Irlanda del Norte, Robin Swann, escribió un artículo para Rolling Stone refiriéndose a las nuevas letras de Morrison como “peligrosas” y propias de alguien con “sombrero de papel de aluminio que lucha contra máscaras y vacunas y cree que todo esto es un gran complot global para eliminar las libertades”. Morrison, de todas maneras, también se ha opuesto al Brexit en una canción de 2019 titulada “Nobody in Charge” donde se refería a los políticos que “hablan sin parar y les pagan por equivocarse”.
Para el prócer de los críticos de rock estadounidense, el mítico Lester Bangs, Van Morrison, durante los tiempos de Astral Weeks, era “un hombre profundamente herido, pero con una cualidad redentora en medio de la oscuridad, que mostraba compasión por el sufrimiento de los demás y brochazos de belleza pura y temor místico que atravesaba el corazón de la obra”. Morrison había tenido algunos éxitos humildes en 1967, tanto en solitario -”Brown Eyed Girl”- como con su banda Them -”Gloria”-, pero el artista de Irlanda del Norte, para 1968, tenía 22 años y se sentía acabado, el fundador de su sello Bang Records, Bert Berns, había muerto súbitamente, no conseguía grabar nada, y estaba a punto de ser deportado de los Estados Unidos.
No se sentía parte de la contracultura hippie reinante en la época y tampoco encontraba su lugar más allá de los coffee houses de Boston y Nueva York donde comenzó a tocar en formato de trío, con guitarra acústica, flauta y bajo. Morrison estaba naciendo de nuevo -…to be born again…-, como cantaría en la canción que le dio título al disco que lo inscribió para siempre en la historia grande de la música. Para algunos es nada más y nada menos que “el mejor álbum jamás grabado”, y aunque las listas y las polémicas siempre resulten tan estériles como divertidas, habla a las claras del lugar que Astral Weeks y Van Morrison ocupan en el canon de la música popular del siglo XX.
Cuando una noche, un ejecutivo de Warner vio uno de los pequeños shows de Morrison, entendió que ahí había algo para explotar. Dos días después, lo convocó para el sello, que, inmediatamente, lo juntó con el productor Lewis Merenstein, quien reclutó a un grupo de músicos de jazz liderados por el bajista Richard Davis, un veterano músico de sesión que había tocado con gente como Eric Dolphy y, para aquel entonces, ya había participado en prácticamente todos los discos claves del sello Blue Note durante la década de los 60. A ellos se les sumaron Connie Kay, baterista del Modern Jazz Quartet, el guitarrista Jay Berliner y el percusionista Warren Smith Jr., quienes venían de participar en sesiones con Charles Mingus.
El disco se grabó en nada más y nada menos que tres días, el mismo Morrison diría tiempo después que lo que sucedió en esas sesiones sería imposible de replicar posteriormente, por lo que no valía la pena regrabar ni volver a intentar nada en la misma línea. En la vibra de las canciones se puede notar, claramente, una improvisación casi mágica que rodea todo el aura del disco. Merenstein hizo la secuenciación del disco, dandole cierta organicidad y haciendo parecer un ciclo de canciones pensado previamente. Además, le añadió las orquestaciones posteriores, algo que a Morrison no le hizo ninguna gracia, incluso llegó a decir que “eso no es mi Astral Weeks” para referirse a la mezcla final.
Se suele decir que Astral Weeks existe fuera de tiempo y espacio, que es un hecho único en la carrera de Van Morrison y de la historia de la música popular, y algo de cierto hay. Muchos cantautores han sido influidos o han intentado replicar el sonido y la atmósfera musical de Astral Weeks, pero siempre fue imposible hacerlo, especialmente la espiritualidad sinuosa que rodea como un aura impermeable a las ocho canciones. Ni siquiera él mismo intentó volver a hacerlo, y llegó a declarar públicamente que el disco no le gustaba, que, además, le recordaba a una época muy mala de su vida.
Publicó grandes discos después, sus obras maestras de los 70 como Moondance (1970), Saint Dominic’s Preview (1972), Veedon Fleece (1974). O mucho más acá en el tiempo, Three Chords and the Truth (2019), donde ahonda en su universo particular de jazz-folk, r&b y soul espiritual, y su último disco hasta ahora, Moving on Skiffle (2023), donde retoma algunos clásicos country de gente como Hank Williams o Hank Snow, blues de Leadbelly, y, sobre todo, como su título indica, sus raíces skiffle, ese viejo género británico que vendría a ser el equivalente del primitivo rock and roll y que lo cautivó durante su infancia como a tantos otros rockeros de las islas. El León de Belfast cumple 79 años, y aunque hace décadas que no tenga nada que demostrar, continúa rugiendo.
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