60 años de la Beatlemanía, crónica de los días que cambiaron al mundo: gritos, sillas mojadas y hits inmortales
Desde que el 07 de febrero de 1964 los Beatles desembarcaron en Estados Unidos se produjo un fenómeno único e inédito en la historia de la música. Las presentaciones en lo de Ed Sullivan. La energía de las fans en los recitales que no dejaban escuchar la música. Las críticas de los medios tradicionales. El inicio de una revolución cultural
Por Matías Bauso (Infobae)
Apenas pasado el mediodía del 07 de febrero de 1964, los Beatles arribaron en el vuelo 101 de Panam al aeropuerto JFK (hacía unos pocos días que llevaba ese nombre) de Nueva York. Los esperaban alrededor de 200 periodistas y más de 3000 fanáticas, vociferantes, excitadas, desesperadas. Llevaban carteles, pósters, la tapa de un single, fotos arrancadas de una revista. Apenas los cuatro aparecieron en la escalerilla del avión se incrementaron los gritos, los llantos, los desmayos.
La Beatlemanía había comenzado.
Muchas de las jóvenes creyeron que habían tenido una idea original y que sólo ellas, sus amigas y una decena más estaría esperando al grupo de Liverpool. Llegaron en subte, en micros y algunas llevadas por sus padres a los que les insistieron durante días.
La multitud rebalsó todas las previsiones. Excedió las terrazas destinadas habitualmente, en esos tiempos, para los recibimientos y despedidas de los pasajeros. Se subieron a techos de hangares, a autos del aeropuerto, se colaron en la pista. La policía debió intervenir. Los efectivos que habitualmente trabajaban en el JFK no bastaron. Debieron acudir refuerzos.
Apenas bajaron, los Beatles se recibieron con la populosa recepción. De allí, rodeados por una turba de periodistas y fanáticas, fueron empujados –sus pies casi no tocaban la pista- hacia una sala que había sido preparada para la conferencia de prensa inaugural.
Estaban parados, con sus trajes negros, las corbatas finitas y sus moptops, frente a unos micrófonos de pie y resguardados por una pared con varios logos de Panam. Los periodistas gritaban sus preguntas. Los cuatro miraban divertidos y lanzaban sus respuestas veloces y sardónicas.
– “¿Cuándo se van a cortar el pelo?”
– Me lo corté ayer-, respondió John mientras los otros lo celebraban y buscaban ávidos con la mirada otra pregunta, otro desafío.
Les preguntaron si eran imitadores de Elvis. Ringo y John, al unísono, lo negaron mientras remedaban la voz grave de Presley y zarandeaban sus caderas. Lo que pretendió ser una carnicería, una ocasión para someterlos al escarnio, se convirtió en otra de sus funciones de gala y seductoras. No hay que olvidar la frescura y la gracia de las conferencias Beatles de ese tiempo. Nunca se ponían solemnes y sus respuestas solían ser sorprendentes y desafiantes.
De allí fueron llevados en cuatro limusinas diferentes al Plaza Hotel. En la manzana del hotel y en las adyacentes otra multitud. Hubo que poner vallas y cerrar el tráfico al menos en tres cuadras. Ya nunca dejaría de ser así. A partir de ese momento y por unos cuántos años, siempre sucedería lo mismo alrededor de los Beatles. Masas, persecuciones, periodistas, preguntas intentando hacerles pisar el palito, aullidos, ellos recluidos en la habitación y las chicas intentando colarse en sus autos, en el pasillo del piso del hotel que tenían monopolizado (en el Plaza era el 12). Y canciones, decenas de ellas. Una mejor que otra. Siempre un paso adelante. Del resto y de su propia versión anterior.
El punto de quiebre definitivo se produjo dos días después. La noche del 9 de febrero, la banda se presentó en el programa de variedades más importante de la televisión norteamericana, El Show de Ed Sullivan.
El presentador solía tener a los números musicales más importantes. Pero nunca la expectación había sido tan grande.
Sullivan nunca había escuchado a los Beatles, ni siquiera sabía cuál era su aspecto, cuando le ordenó al productor general del ciclo que los consiguiera de cualquier manera. Unos meses antes, Ed Sullivan y su esposa estaban por abordar su avión en el aeropuerto londinense de Heathrow cuando una turba apretada ingresó a la pista. La pareja primero se asustó y luego se enojó. Le informaron que el vuelo se demoraría varias horas, hasta que pudieran despejar a esa muchedumbre. Sullivan preguntó furioso qué era lo que estaba sucediendo. “Los Beatles”, le respondieron. Cuando le explicaron qué significaba ese nombre, supo que necesitaba ser el que los llevara primero a la TV norteamericana. Años atrás había perdido la carrera por Elvis Presley. Y cuando lo contrató le terminó saliendo 50.000 dólares. La negociación la entabló con Brian Epstein. Fue tensa. Sullivan quería pagar poco con un argumento que a él le parecía ganador: nunca un grupo británico había funcionado en Estados Unidos. Epstein logró obtener 10.000 dólares a cambio de tres presentaciones; dos en vivo y una grabada. En el canal creyeron que se trataba de una pésima negociación ¿Quién querría ver tres veces en el lapso de dos semanas a esos cuatro ignotos?
“Ayer y hoy nuestro estudio estuvo lleno de reporteros y fotógrafos de todo el país, que coincidieron conmigo en que esta ciudad nunca ha sido testigo de tanto entusiasmo como el generado por estos jóvenes de Liverpool, que se hacen llamar los Beatles. Damas y caballeros: ¡Los Beatles! Traigámoslos acá”: así, sin demasiada originalidad, los presentó Sullivan que ya era una leyenda del medio pero que desconocía que esas no tan brillantes palabras serían su alocución más célebre, la presentación más famosa de la historia de la televisión.
En la primera entrada los Beatles tocaron All my Loving, Till There Was You y She Loves You. Cuando la cámara hacía primeros planos sobre cada uno de ellos, se sobreimprimía su nombre. A llegar a John, un cartel anunció: “Perdón chicas, está casado”. En el control Brian Epstein se enojó desaforadamente. La boda entre John y Cynthia era un secreto que pretendían mantener para no afectar el entusiasmo y el interés amoroso platónico de las fans. Las chicas no paraban de gritar.
Al regresar, Sullivan les leyó un telegrama deseándoles buena suerte enviado por Elvis y el Coronel Parker. Las canciones elegidas para cerrar fueron I Saw Her Standing There y I Want To Hold Your Hand.
En el auditorio del estudio de Ed Sullivan (que años después utilizaría David Letterman) entraban 728 espectadores. Las localidades estaban totalmente cubiertas. Pero lo más importante fue otro número. La presentación de los Beatles fue vista por 73 millones de personas. Se calcula que casi un tercio de la población de Estados Unidos esa noche los vio cantar a través de la televisión. La transmisión de mayor rating de la historia.
Con los años surgieron los relatos de cómo se vivió esa noche. Muchos adolescentes contaron que se sentaron frente a la televisión desde las 6 de la tarde, dos horas antes del inicio. Que sintieron que su vida ya no volvería a ser la misma. Muchos afirman que ese programa dio origen a la mayoría de las bandas que se formaron en los siguientes 15 años. En algunas casas, apenas salieron esos cuatro pelilargos que “hacían ruido” y que esa horda de chicas no paraba de gritar, muchos padres se pararon y apagaron el receptor o giraron el dial para cambiar de canal. Pero los hijos se impusieron y siguieron viendo a los Beatles.
Su performance en lo de Sullivan quedó cristalizada como el gran mojón de la Beatlemanía. Pero sólo fue el más evidente, el que le mostró a los descreídos y a los que no querían ver qué era lo que estaba sucediendo. Sin esas canciones en el prime time televisivo, la Beatlemania también se hubiera producido de todas maneras. Era un fenómeno que se estaba gestando, indetenible, y que encontraría las maneras adecuadas de manifestarse.
El corresponsal de la revista TV Guide consignó en su cobertura: “Escribo estas palabras desde la primera línea de combate. Fui empujado, golpeado, apretujado, estrujado por la masa de fanáticas que pujaban por llegar hasta alguno de los Beatles”. Muchos periodistas al anunciar el siguiente movimiento de la banda especulaban con el número de policías que serían necesarios para controlar al público que se acercarían a ellos.
El camino para llegar hasta ahí había sido breve y algo pedregoso. En algún momento pareció que no lo iban a lograr. Hubo varios que pocos meses antes rechazaron editar sus canciones o contratarlos para presentarse en vivo en Estados Unidos.
Capitol había sido comprada por Emi unos años antes y era la encargada de publicar las canciones y álbumes de los grupos ingleses que EMI sacaba en el Reino Unido. Pero sus directivos rechazaron los primeros singles y el primer álbum de la banda. Esos singles se editaron en un sello pequeño y pasaron sin pena ni gloria. En el primero hasta estaba mal escrito el nombre.
Pero las noticias de la revolución que estaban llevando a cabo del otro lado del Atlántico no tardaron en llegar a Estados Unidos. No sólo se hablaba de sus canciones. El pelo largo era un tema recurrente. La primera vez que apareció su imagen en la televisión norteamericana fue el 22 de noviembre de 1963. Un breve informe que daba cuenta del fenómeno. Sería repetido en el noticiero de la noche. Pero al mediodía, la tragedia paralizó al país. El asesinato del presidente Kennedy en Dallas monopolizó la conversación pública por varias semanas y afectó el estado de ánimo de la sociedad. El duelo colectivo fue cediendo y el paso de los Beatles en Europa se hacía escuchar. Jack Paar, sarcástico antecesor de Johnny Carson en el Tonight Show, emitió el tape un viernes a la noche. Sin clases al otro día, varios jóvenes estaban frente a la pantalla. A pesar de que cuando volvieron al piso el presentador deslizó comentarios irónicos sobre los trajes sin cuello, sobre esas melenas que obsesionarían a millones en poco tiempo (hasta el presidente Johnson les hizo un comentario al respecto) y fue directamente peyorativo al calificar la calidad musical, los millones de jóvenes que estaban en sus casas sintieron que habían visto algo absolutamente nuevo, que esa música nunca la habían escuchado.
La revista Newsweek fue uno de los primeros medios nacionales en ocuparse de ellos; narró en unas pocas y apretadas columnas lo que pasaba en Inglaterra: “El de los Beatles es el sonido más escuchado en ese país desde las sirenas que daban aviso de los ataques aéreos durante la Segunda Guerra Mundial”. Hablaba también de She Loves You, Please Please Me y Love Me Do, las canciones que el mercado norteamericano había ignorado.
Hay discusiones sobre qué estación de radio pasó primero un tema Beatle. Lo cierto es que fue con una copia de I Want to Hold Your Hand traída desde Londres que empezó la fiebre. Una vez que el público la escuchó, colapsaron los teléfonos de las radios. Capitol que ya se había convencido de editarlos ante la visita inminente tenía preparado un lanzamiento de 5 mil copias para enero. Debieron adelantar la salida tres semanas y el 26 de diciembre el single llegó a los negocios. Los jóvenes de ambos sexos se peleaban en las disquerías por obtener su copia. En poco tiempo se vendieron millones. La canción no tardó en llegar al número uno.
Varias generaciones recuerdan el momento en que escucharon I Want To Hold Your Hand por primera vez.
Brian Epstein, el manager de los Beatles, empujó el fenómeno con una campaña de marketing inédita. Convenció a la compañía de invertir 40.000 dólares en publicidad. Los beneficios fueron inmediatos.
La mañana siguiente de la presencia en lo de Ed Sullivan, todo cambió. Los jóvenes quería vestirse como los Beatles, comprarse los discos, aprender a tocar un instrumento, agotaron todas las revistas juveniles que los mencionaban y parecía que condenarían a un gremio a la desocupación: al de los peluqueros.
El 11 de febrero se presentaron en el Carnegie Hall. Las entradas se agotaron en 25 minutos. El empresario a cargo, Sid Bernstein, en algún momento dudó si había sido una buena decisión contratarlos cuando se enteró de que Sullivan los tendría tres veces consecutivas en su show. Pensaba que nadie querría pagar por una banda que podía ver tranquila y con frecuencia en el living de su casa. La televisión, en ese entonces, se presentaba como un fantasma para los deportes y los espectáculos, era la gran amenaza. Todavía costaba comprender su efecto multiplicador.
La mañana en que las entradas se pusieron a la venta, un colaborador de Bernstein ingresó apurado y con cara de preocupación a su oficina. El productor, ante la irrupción, creyó que sus peores temores se habían confirmado, que la venta estaba resultando un fracaso. El empleado sólo quería que su jefe llamara a la policía para pedir refuerzos porque ante la falta de entradas temía que incendiaran el teatro. Antes de irse, le dijo: “Si pone 50 funciones, las agota todas”.
Eso le dio una idea a Bernstein. Llamó a Brian Epstein a su suite del Plaza Hotel y le dijo que iban a cancelar el recital que habían acordado para más adelante en el Madison Square Garden, el sitio con mayor capacidad de la ciudad. Epstein levantó la voz y le dijo que era un error, que no se podía echar para atrás, que tenían un contrato. El productor lo dejó quejarse y cuando terminó retomó su discurso: “Nos va a quedar muy chico. Vamos a alquilar el Shea Stadium”. Bernstein quedó mudo del otro lado de la línea. Le parecía la idea más descabellada de la historia ¿Cómo un grupo musical iba a tocar en un estadio de béisbol? ¿Cómo iban a convocar 55.000 personas? Nunca antes se había utilizado un estadio deportivo para recitales. Un año y medio después, en agosto de 1965, los Beatles iniciarían esa modalidad. Las entradas, naturalmente, se evaporaron en cuestión de horas.
Mientras la Beatlemanía se desataba en Estados Unidos, en Inglaterra había voces que se alzaban contra el fenómeno. Lo criticaban duramente y le pronosticaban una vida muy corta. Tal vez el texto más célebre en ese sentido haya sido el que a fines de febrero del 64, escribió el historiador Paul Johnson en el New Statesman. Hablaba del nuevo culto a la juventud, de la vacuidad de los adolescentes y afirmaba que había nacido un nuevo movimiento que hacía que escuchar la música en un recital fuera casi innecesario. Johnson veía a los Beatles y a sus canciones como una amenaza para la sociedad y para la cultura. Decía, también, que la Beatlemanía era la manifestación más evidente de la histeria femenina y que aquellas y aquellos que habían sucumbido ante ella eran los más tontos, haraganes y fallados de su generación.
Después hubo más presentaciones en la televisión. La segunda en la de Ed Sullivan convocó a 70 millones de espectadores. Más entrevistas. Más tapas de revistas. Y más shows. Más locura.
Si en la segunda mitad de 1963, los Beatles habían vendido más de dos millones de copias en el Reino Unido. En los tres primeros meses del 64 triplicaron esa cifra en Estados Unidos.
Había habido antes fenómenos de fanatismo por cantantes. Los casos más emblemáticos habían sido los de Sinatra y Elvis. Pero esto era distinto. El acoso, la tensión alrededor de los Beatles, las multitudes que acompañaban cada movimiento, el éxito persistente de ventas. En abril de 1964, ya con la salida de sus dos primeros álbumes, consiguieron algo inédito. Los cinco primeros puestos del ranking de Billboard lo ocupaban sus canciones.
Los recitales eran también algo que nunca se había visto. Y que nunca se escuchaba. Podrían haber tenido sus equipos desenchufados, podrían haber hecho playback en cada una de sus canciones, podrían haber sólo movido sus labios y un poco sus torsos y habría sido lo mismo. Lo único que se escuchaba en cada sala que se presentaban eran los gritos agudos del público.
Chillidos permanentes que no se apagaban en ningún momento de la presentación. Tocaban un acorde, chillidos. Cantaban un estribillo, aullidos. Alguno hacía un chiste, gritos desesperados. Cuando los periodistas le preguntaban al público –eminentemente femenino- por qué hacían eso, cuál era la causa de ese estado y por qué después de pagar una entrada tapaban a los artistas con sus efusiones que podían las cuerdas vocales en peligro, alguna de las jóvenes respondían: “No se equivoque. Nosotras venimos acá a ver a los Beatles. Para escucharlos ya tenemos los discos en nuestras casas”.
El corresponsal de la revista Time escribió que al finalizar los recitales, al vaciarse, la sala quedaba impregnada de olor a orina de las chicas que concurrían que no podían controlar sus esfínteres de la emoción. Otros se animaron de hablar de “una sensación orgiástica. Los Beatles provocan orgasmos en las asistentes todavía demasiado jóvenes para entender qué es lo que están sintiendo, lo que les está pasando”.
Los adultos veían al grupo como una amenaza. Afectaban el orden, había ruido alrededor de ellos, eran capaces de reírse de costumbres acendradas, llevaban el pelo largo, metían el deseo en sus casas, estaban modificando –subvirtiendo- la manera en que el mundo sonaba. Y no estaba mal que los vieran como amenaza. Ellos estaban cambiando las cosas, ya nada volvería a ser igual. A partir de ellos, a partir de los Beatles, el mundo tenía un nuevo sonido y era más libre.
El que creyó que sólo se trataba de entusiasmo juvenil, de una moda pasajera, no entendió la revolución que se estaba gestando.
===>#ELSIESTERO, Historias y anécdotas de las mejores Bandas del Mundo, Domingos de 17.00 hs. a 18.30 hs. 105.1FM www.fmsos.com.ar