Los 80 de Roger Waters: un padre muerto en la guerra, las peleas con sus colegas de Pink Floyd y su genio musical
Comenzó su carrera en la década del 60 luego de una infancia signada por la falta de padre, muerto en la batalla de Anzio. Alcanzó la cumbre artística con The Dark side of the Moon y The Wall, que tuvo diferentes recreaciones. Su desmesurado ego y la separación conflictiva con Gilmour, Mason y Wright. Su gira despedida. Y las polémicas opiniones políticas
Por Matías Bauso (Infobae)
Roger Waters cumple 80 años. Una leyenda que sigue girando por el mundo con su catálogo de canciones inmortales, y que en unos pocos meses llegará, una vez más, con su show a América Latina. Motor creativo de Pink Floyd, autor de The Dark Side Of The Moon, Wish You Were Here, The Wall, precursor de los grandes shows de estadio, Waters es también el que no duda en maltratar en público a sus antiguos compañeros de Pink Floyd, el que toma partido de manera terminante en cada cuestión política que se presente, sin importarle la opinión ajena (y, muchas veces, hasta sin importarle los hechos).
Varios récords, más de 250 millones de discos vendidos, un sinfín de certezas políticas. Un letrista y compositor genial, un gran performer, un ego desbordante, un carácter furibundo, un pertinaz discutidor, un compañero de banda poco generoso, un buen cantante.
Un mito del rock que se resiste a entregarse, a dejar de dar batalla.
La de Roger Waters es una historia de creación, peleas virulentas, ambición olímpica, desbordes y, en especial, de grandes discos y shows memorables.
Hace poco, la gira que está realizando lo llevó a Toronto. Allí se enojó porque los principales diarios no habían cubierto su primer show. Le explicaron que los periodistas habían ido al de The Weeknd, que tocaba la misma noche en la ciudad. Waters respondió “Soy mucho, mucho, mucho más importante de lo que The Weeknd o Drake serán jamás, sin importar cuántos millones de reproducciones tengan”. Esa contestación muestra, al mismo tiempo, varias de las facetas de Waters: su ánimo combativo, su megalomanía, la necesidad de que estén pendientes de él, la confianza en que su música es importante para el público y que, por supuesto, perdurará. De esto último no son muchos los que se animarían a dudar.
Roger Waters nació el 06 de septiembre de 1943 en Surrey. Fue el hijo menor de un matrimonio de maestros de escuela. El padre había sido antibelicista y objetor de conciencia. Pero el avance de Hitler, la amenaza del nazismo dominando el mundo en el que crecerían sus dos hijos, lo hizo enrolarse. 5 meses después del nacimiento de Roger, su padre murió en la batalla de Anzio. Esa muerte va a trazar toda la vida de Waters, lo va a signar. Será inspiradora de gran parte de su obra y será, esa ausencia, la escultora de su personalidad y su mirada. Alguna vez, el músico contó que una vez terminada la guerra, muchos de los padres de sus amigos aparecían de sorpresa en la puerta del colegio, apenas vueltos del frente de batalla, todavía vestidos con ropa de combate y en bicicleta, para sorprender a sus hijos con su regreso. Roger, durante años, a la salida del colegio, buscó esperanzado a su hombre en bicicleta.
La madre se mudó con sus dos hijos a Cambridge. En la escuela, Roger se cruzó con Syd Barrett. David Gilmour era vecino de ellos. Pero todavía no era el tiempo de la música para él. En el primer año de arquitectura, fue compañero de Richard Wright y de Nick Mason. Waters y Mason se aburrieron rápido de la universidad y abandonaron. Formaron una banda que tuvo diversos nombres Sigma 6, The Meggadeaths. Invitaron a Wright y el vocalista era Keith Noble. El cantante armó su propio grupo y los otros con alguna incorporación fueron los Abdabs y después Spectrum Five y The Tea Set. La ventaja de tener 20 años: se puede probar con algo de inconsciencia; sin que el tiempo apremie siempre se pueden arreglar los errores, mejorar lo hecho, el pasado es demasiado reciente y todavía no ata.
Ya con Syd Barrett como vocalista siguieron tocando. Mientras dominaban cada vez más sus instrumentos, aparecían nuevas canciones y Syd tomaba el liderazgo. La última evolución del nombre: The Pink Floyd Sound, The Pink Floyd Blues Band, Pink Floyd.
En 1966 pareció el primer disco The Piper At The Gates Of Dawn; todas las canciones estaban compuestas por Syd excepto una, Take Up Thy Stethoscope and Walk que era de Waters. Pero fue en esos meses que la cabeza de Barrett explotó en mil fragmentos, se desintegró. El ácido lo llevó a la locura, lo alejó definitivamente del mundo. Decidieron reemplazarlo, esperar que se recuperara. Ingresó David Gilmour. Roger Waters tomó el mando creativo de Pink Floyd, aunque esto será más evidente en los discos de la década del setenta en el que la gran mayoría de las composiciones (o todas, según el caso) estaban firmadas por él.
Floyd se alejó de la psicodelia e ingresó en el rock progresivo. El éxito les llegó con The Dark Side of the Moon (El lado oscuro de la luna). Batió récords de permanencia en los rankings. Los shows se agotaban en cada presentación. El siguiente trabajo, homenaje a Syd, fue Wish You Were Here. Otro suceso. La inspiración temática fue dada, otra vez, por Waters que ya no abandonaría la costumbre de hacer álbumes conceptuales. No sólo se trató de recordar al amigo extraviado sino la de retratar el nivel de peleas, hastío y desunión que dominaba a Pink Floyd. En medio de las sesiones de ese LP, un hombre extraño apareció en el estudio. Gordo y totalmente rapado. La mirada extraviada inquietaba más sin el marco de las cejas que tampoco estaban. Cuando Mason preguntó de quién se trataba, alguien les dijo que era Syd Barrett. El diamante loco ya no brillaba. No reconocieron a su viejo amigo a escasos tres metros de distancia. El dolor hizo llorar a Waters y Gilmour. Syd Barrett siguió recluido hasta su muerte en 2006.
Con el correr de los años y las grabaciones, la influencia Waters en las composiciones y en el manejo interno del grupo fue creciendo.
En 1977, al final de la gira de Animals, Roger Waters protagonizó un incidente con un espectador que resumió cuál era su estado en ese momento. El show que Pink Floyd presentaba era muy ambicioso. Durante el extenuante tour algo se fue rompiendo dentro de Waters. Así lo cuenta Michele Mari en Rojo Floyd: “Roger no soportaba la idea de que 80 mil personas hicieran barullo en lugar de seguir con atención el concierto, no soportaba los gritos, los cantitos, el bullicio, las manos que batían rítmicamente, los pedidos de canciones, no soportaba nada”.
El 6 de julio de 1977 en Montreal, en el show de cierre, un hombre no paraba de gritar en medio de las canciones. Hasta que Waters se cansó y le hizo señas para que se acercara al escenario; cuando lo tuvo cerca, el músico lo escupió con todo el desprecio posible. Recién tomó conciencia de lo sucedido al finalizar la actuación. “Fue una actitud fascista”, reflexionó años después.
Se debe reconocer que se trató del escupitajo con mayores consecuencias (y más rentable) de los últimos cincuenta años. El episodio dio origen a The Wall. La alienación, la persecución, el totalitarismo, la soledad. Eso convergía con su historia personal. El padre muerto en la guerra, la orfandad, infancia infeliz, la plata, drogas, los problemas de la fama, el autoritarismo, la violencia, la vida del rockstar.
Una hora y media de música. Un disco doble con la vida apenas camuflada de Waters y sus obsesiones.
Waters, para el sucesor de Animals, había propuesto a sus compañeros encarar dos obras conceptuales. The Wall o The Pros And Cons of Hitch Hiking. Eligieron el primer proyecto.
La gira fue un fracaso económico. Un espectáculo muy caro de montar pero se debe reconocer que Waters fue pionero en el diseño de los grandes shows de estadio; fue el primero en entender y en llevar a la práctica, aún a riesgo de fundirse cómo ocurrió, un show que sea más que los músicos tocando sus instrumentos, perdidos en un escenario inmenso, en medio de una multitud. Había una propuesta escénica definida, una puesta en escena.
A esa altura Roger había echado a Wright de la banda. Eso hizo que éste fuera el único que ganara dinero en la gira de The Wall porque fue recontratado y tocó por un sueldo fijo.
El siguiente disco fue The Final Cut, alegato antibelicista inspirado en la Guerra de Malvinas y en la muerte del padre de Roger en la Batalla de Anzio en la Segunda Guerra Mundial. Con Richard Wright ya despedido, a Mason y Gilmour el material no les gustaba. Oficiaron casi de músicos de sesión.
Poco después Waters grabó, como solista, el disco que había propuesta al resto junto a The Wall. The Pros and Cons of Hitchhacking tuvo a Eric Clapton como guitarrista no solo en el disco sino en la gira. La carrera de Clapton estaba en su peor momento y soportar el mal carácter y las órdenes de Waters tal vez lo ayudaron a despabilar para limpiarse de los excesos y reconducir sus siguientes pasos profesionales; Eric la pasó bastante mal durante esos meses.
El disco fue maltratado por la crítica y fue un fracaso de ventas a pesar de que hoy sigue sonando muy bien, de que el tiempo fue benévolo con él.
En medio de la escasa repercusión de su primera obra solista se produjo la ruptura definitiva de Pink Floyd. En 1985, Waters oficializó su alejamiento a través de cartas a las compañías discográficas del grupo en Estados Unidos e Inglaterra y de un comunicado de prensa. Los compañeros se sorprendieron. Creyeron que después del parate se reagruparían para volver a grabar y salir de gira.
David Gilmour no se quedó quieto. Puso en marcha la maquinaria Pink Floyd de nuevo. A Waters no se le pasaba por la cabeza que la banda podría seguir sin él. Pink Floyd era él. Los otros, creía, no podrían hacer nada sin su presencia. Estaba convencido de que estaban acabados. Gilmour y Nick Mason no pensaron lo mismo. Volvieron a llamar a Richard Wright e ingresaron al estudio para grabar A Momentary Lapse of Reason (un solapado mensaje a Waters ya desde el título) y salieron de gira.
La furia de Waters tomó una dimensión épica. Trató de impedir que sus ex compañeros siguieran trabajando. Sus planes se alteraban. Lo que él había pensado era que todos debían arreglarse con carreras solistas. “Si alguno de nosotros merece llamarse Pink Floyd, ese, sin dudas, soy yo”, dijo.
Waters despreciaba a sus compañeros. Para él lo que valía la pena, lo que inclinaba la balanza eran la composición y las ideas. Sostenía que cantar y tocar bien un instrumento eran cosas que podía hacer cualquiera. Pensaba que todo el éxito de la banda en los últimos 15 años debían contabilizárselo a su talento.
Llevó la cuestión ante los tribunales. El argumento esgrimido fue que la fuerza creativa del grupo era suya. Los otros dijeron que el grupo permanecía en funcionamiento sólo que uno de sus integrantes había decidido abandonarlo y hasta lo había comunicado públicamente.
Pink Floyd seguía de gira. Por aquellos días no sólo tocaban todos los clásicos sino que también enarbolaban el chancho inflable gigante, marca registrada del grupo. Lo de marca registrada no es sólo una metáfora. Porque Waters, luego de ubicarlo en la tapa del disco de 1977 Animals, tuvo la precaución de registrarlo a su nombre. El chancho era suyo. Así que los Pink Floyd quisieron modificar el diseño, más para molestar a Waters que para enriquecer su show en vivo.
Pero, como es evidente, los chanchos ya están diseñados por la naturaleza y se hace difícil innovar en su forma. Entonces, para que la instalación que desplegaban en las presentaciones en vivo pareciera diferente, en la nueva versión sin el bajista histórico del grupo, le agregaron testículos. Con ese aditamento, los fans de la banda descubrieron que lo que estaba en la tapa de Animals era una chancha. A Waters no le causó gracia: “Así que le pusieron bolas a mi cerdo. Que se vayan a cagar”.
Los ex compañeros y ahora enemigos llegaron a un acuerdo. Hubo división de bienes. El chancho y los temas de The Wall para Waters, y el nombre del grupo para los otros.
Haber arreglado estas cuestiones no calmó los ánimos. Nada que no suceda en ningún divorcio previsible pero furibundo. A través de los medios de comunicación los músicos se cruzaban dardos verbales. Waters menospreciaba a sus ex compañeros. Decía que Mason no sabía tocar, que no podía mantener el ritmo. Y que Gilmour carecía de todo talento y que no tenía ninguna idea propia: “Con David no tengo nada en común. Nada. Ni filosófica, ni musical, ni política, ni emocionalmente”. De Wright no dijo nada porque ya lo había echado hacía unos años.
Gilmour le respondió sin mayores sutilezas: “Roger es un pobre imbécil”.
Ya no volvieron a juntarse. Diferencias (realmente) irreconciliables. Sólo lo hicieron esporádicamente, para ocasiones especiales.
Lo que parecía imposible lo consiguió Bob Geldof en 2005. Roger Waters se unió a Pink Floyd para tocar en el Live 8. Luego fue Gilmour el que lo convenció para otra presentación benéfica para los niños palestinos en 2010. La tercera y última presentación se dio en Londres en 02 Arena, cuando Gilmour y Mason aparecieron en una de las fastuosas presentaciones de The Wall de Waters tocando Confortably Numb. Y eso fue todo.
Para inicios de los noventa, la carrera de Waters parecía estar en un pozo. Y muchos creían que tras la batalla de egos, sus compañeros habían quedado mejor parados. No sólo mantenían el nombre de la franquicia, sino que sus actuaciones atraían multitudes. A Momentary Lapse of Reason y Delicate Sound of Thunder, el doble en vivo de dos años antes, habían llegado hasta lo más alto de las listas de ventas. Mientras que Waters parecía ahogado en su megalomanía. Sus trabajos solistas no habían sido demasiado bien recibidos.
En 1989 le habían preguntado cuándo volvería a tocar The Wall en vivo. Respondíó que lo haría sólo cuando cayera el Muro de Berlín. Inesperadamente eso sucedió unos pocos meses después. Y Waters cumplió con su palabra. Era un gran desafío, pero también una enorme posibilidad. Una obra que ya era un clásico, con millones de discos vendidos, con una película de culto basada en ella (cuyo efecto se multiplicó gracias a la irrupción del VHS), un lugar emblemático y un concierto que, debido a las dificultades para llevarlo a cabo, se había visto en sólo cuatro ciudades del mundo y hacía más de una década.
Lo hizo en Berlín, con una gran puesta en escena, invitados especiales y televisación para 52 países. Fue un suceso extraordinario. Fue, también, su oportunidad de mostrarle al mundo aquello que venía discutiendo con Gilmour y Mason desde hacía décadas y que para él no revestía la menor duda: quién era el verdadero talento del conjunto.
Su siguiente disco fue Amused to Death, tal vez su mejor obra solista.
Desde hace décadas que gira por el mundo tocando también las canciones de Pink Floyd. La gira de 2009 de The Wall fue hasta ese momento la más exitosa de un artista solista. Ahora, a los 80, se encuentra en la que dice será su despedida de los escenarios. Se llama “This Is Not a Drill”. El show, como no podía ser de otra manera, es imponente. Desde lo visual y también en la parte musical.
“Es una picadora monstruosa que nos mastica y que nos escupe de vuelta”, escribió Waters sobre la fama. Pero también podría estar refiriéndose al ego. Ese ego descontrolado que atentó durante décadas contra su relación con el mundo.
Los otros miembros, los actuales Pink Floyd, lo acusan de dictador, ególatra y arrogante. Razón no les falta. También es cierto que los discos del grupo ya no fueron lo que eran desde su salida. Pero tampoco los discos solistas de Waters alcanzaron esas cimas.
Hace años que hace oír sus opiniones políticas. Habla sin ambages, disparando certezas, poniéndose decididamente de un bando en temas conflictivos y ásperos. Muchas veces sus declaraciones son un catálogo de frases hechas del peor progresismo, el que apoya de manera automática una postura ideológica, y que no duda en defender dictadores si quedaron de su lado de la barrera ideológica y proferir dichos discriminatorios de variada especie a los del otro bando. Unos meses atrás, una de estas intervenciones públicas causó un escándalo: acusó a Israel (hasta lo comparó con los nazis), criticó a Ucrania, defendió a Putin y llegó a afirmar que la actual guerra sólo es culpa de Estados Unidos, la Otan y Zelensky. Gilmour y su esposa salieron a cruzarlo en las redes sociales.
Roger Waters fue un actor fundamental, con su intervención ante el gobierno británico y organismos internacionales, para que se realizaran las tareas en el cementerio de Puerto Argentino en las Islas Malvinas para el reconocimiento de los soldados argentinos caídos en combate.
Se casó cinco veces y tuvo tres hijos. Su última boda fue en 2021 con Kamilah Chaves, a quien conoció mientras ella oficiaba de chofer suyo en una de las giras.
Hace unos años, en una extensa entrevista con Infobae, Roger Waters brindó una respuesta que, al cumplir 80 años, puede tenerse como un buen balance de su vida: “Tuve una vida muy interesante. Y cometí muchos, muchos errores, pero también tomé bastantes decisiones correctas. Se me asignó una cantidad más que justa de alegría, sin importar las circunstancias. Y me fue dada la posibilidad de sentir empatía por otro ser humano, y ese es el regalo más precioso que una persona puede recibir”.
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