MATERIAL DE LECTURA
Ricardo Soulé: «Hay que sepultar nuestro pasado. Es una tontería pretender eternizarse»
El músico cuenta por qué llevó a juicio a su ex compañero Willy Quiroga para que deje de utilizar el nombre de Vox Dei en sus shows
31 de agosto de 2017
«El problema es que tenemos un pasado, Vox Dei en este caso, al que no se le permite darle sepultura. Tenemos que sepultar nuestro pasado, porque no nos queda más remedio. No hay que olvidarlo, hay que tenerlo en nuestra memoria, en nuestro recuerdo, tenerlo como referencia, pero lo tenemos que sepultar dignamente. No estamos dejando que las cosas descansen en paz de una vez y darle lugar a lo nuevo. Porque es necesario que muera el día para que vuelva a amanecer. Porque el ciclo de las cosas es así. Es una tontería pretender eternizarse, porque no lo vamos a conseguir, es imposible.»
No se perciben bronca ni odio en la voz grave y en los modos siempre correctos de Ricardo Soulé, pero sí cierta decepción cuando habla del tema. Un mes atrás, el músico escribió una carta en su página de Facebook con el título: «A los amantes del rock (y de la verdad)», en la que sostenía que ante la insistencia «del Sr. Willy Quiroga» de utilizar el nombre Vox Dei, se había visto obligado a acudir a la Justicia: «Vox Dei (como banda) sólo existe cuando tocamos juntos. No se conoce ningún caso de un integrante de un grupo musical que se atribuya individualmente el nombre de la banda (ni Charly García con Seru Giran o Sui Generis, ni Paul McCartney con The Beatles, ni Roger Waters con Pink Floyd, ni Gustavo Cerati con Soda Stereo, ni Sting con The Police, etcétera…), pero Willy prefiere seguir usufructuando nuestra historia en común, sin mi presencia, convocando músicos (que obviamente no son Vox Dei)».
Quién hubiera dicho que «Presente», aquel himno del rock argentino compuesto en 1970 y una de las canciones más representativas del grupo, se resignifique aquí y ahora como insignia de este conflicto: «Todo concluye al fin, nada puede escapar. Todo tiene un final, todo termina. Tengo que comprender, no es eterna la vida. El llanto en la risa, allí termina». Sentado en una oficina semivacía del estudio de abogados que lo representó en esta disputa, Soulé agradece la oportunidad de dejar sentada su posición, sin rencores ni malinterpretaciones. «Este es un tema de larga data. Arranca en 1975, cuando se disuelve Vox Dei. Willy y Rubén [Basoalto] decidieron seguir tocando juntos a pesar de que yo no quería.»
-¿Por qué se separaron en aquel entonces?
Los motivos principales fueron la falta de convivencia armónica entre nosotros. Teníamos un vínculo muy hostil, teníamos muchas diferencias como personas, como artistas, diferencias culturales y sociales. Pero ahora que lo veo a la distancia, con la edad que tengo (67), me parece algo lógico que pasara una cosa así. Tampoco teníamos una cobertura de gente que nos pudiese orientar, estábamos un poco solos.
-En esos años vos te fuiste a España…
Sí, y volví varias veces a la Argentina con la esperanza de rearmar Vox Dei, pero nunca pudimos superar un proyecto de uno o dos años. Ellos siguieron usando el nombre de Vox Dei contra mi voluntad y yo les seguía diciendo que no estaba bien, que si nos juntábamos los tres, sí. En 1996, cuando nos reunimos para hacer una versión de La Biblia , tomamos la determinación de no volver a tocar con el nombre de Vox Dei nunca más. Pero tampoco lo cumplieron. Me quedé en el molde, no dije nada y lo toleré todo lo que pude, hasta que murió Rubén. Ahí le dije seriamente a Willy: «No podés seguir con esto». Me dijo que tenía razón y que de ahí en más se iba a presentar como «Willy Quiroga, ex Vox Dei», lo cual también me parecía innecesario. Para mí eso era una desvalorización de él mismo. Pero lo que puso el punto final a la historia fue cuando empezaron a componer música y firmaban las canciones como Vox Dei. Eso ya me pareció imposible de sostener.
-¿Lo viste como una falta de respeto a la obra del grupo?
Ningún respeto a la obra ni al público ni nada. Eso no lo podía permitir e inicié acciones legales ante el juez, que falló con una medida cautelar y fue el juez entonces el que le prohibió el uso del nombre Vox Dei a Willy Quiroga. De todas maneras yo no estoy usando el nombre y ni pienso usarlo si no es con él. De hecho, yo le ofrecí tocar con él en el Barock que se va a hacer este año, pero no quiso.
-¿Qué te dijo?
Uh, me dijo cada cosa. Creo que él no pensó lo que dijo, fue muy duro y me lastimó mucho, porque además lo dijo delante de mi esposa, de mi abogado. Fue horrible, porque yo sé que él no piensa así.
-¿Por qué creés que este tipo de disputas son tan habituales en el rock, entre gente que durante tantos años se consideraron amigos inseparables?
Las razones son varias y en nuestro caso tiene que ver con lo que te decía sobre no querer sepultar el pasado. Una vez me crucé con Emilio del Guercio en Sadaic y le conté de este tema, y me decía que era como si él subiera al escenario y se presentara como Almendra. Él no lo hizo y eso lo dignificó. Es más difícil, pero es más digno. Yo quisiera eso, quisiera dignificar nuestra obra, porque se lo merece y nosotros también como trabajadores nos lo merecemos. Trabajamos un montón y nos aguantamos de todo, por qué no podemos tener la dignidad de haber llegado al punto que llegamos y con la trascendencia que se merece Vox Dei.
Bajo tu influencia
A cincuenta años de su formación, la música de Vox Dei, como la de otras bandas de rock de los años 70, es reivindicada por la escena rockera contemporánea, desde el under con bandas como Las Diferencias (ganadores del último premio Gardel a «mejor nuevo artista de rock») hasta La Renga, el grupo más convocante del país (ver recuadro).
Con su mezcla de predicador y caballero de la Edad Media, Soulé sostiene que este reconocimiento se debe a que «la música que se escribió y grabó en esa época fue una música hecha con el corazón, por un montón de motivos sociales, políticos y económicos. Estaba impregnada de una autenticidad que el filtro de los años no permite su desgaste. Por eso perduraron. Por ahí la gente no coincide conmigo, pero para mí uno de los factores es su profundidad. Esa música era como un grito desesperado de libertad, en un momento en que la Argentina, y el mundo, estaban sumidos en una situación de opresión. En esa época era un sistema enloquecido por el poder, el confort, las industrias, todo lo que era el correr detrás del bienestar como cosa únicamente obtenible a través de lo material. Y el grito de libertad por parte de los movimientos intelectuales de la época pretendía revalorizar lo humano, lo espiritual, lo amoroso, la convivencia, la paz entre las personas. Desgraciadamente no floreció mucho, pero tuvo un momento de auge y me parece que vuelve lentamente a reaparecer ahora. No sólo en lo musical, sino también en lo filosófico. En cierto punto, los jóvenes hoy están buscando una revalorización de lo espiritual, de las cosas que no son tan materiales».
-¿Pensás que hoy aquel grito de libertad se ha resignificado?
No significa lo mismo, porque por ejemplo, el otro día en el recital de La Renga veía a una nena de 3 años con una remera del Che Guevara. Y hoy esas imágenes tan representativas cincuenta años atrás, porque si tenías una imagen del Che Guevara te metían en cana de una, han pasado a ser un elemento decorativo. Igual que el rock. El rock dejó de ser una expresión contracultural para pasar a ser un elemento de consumo. Antes los pantalones rotos los usaba quien no tenía para comprar otro, ahora en cambio se usa como moda. Y eso no hace más que pintar de cuerpo entero la sociedad en la que vivimos, que trata de representar un personaje que no es. Ahí se produce un cortocicuito, porque es jorobado vivir la vida con un personaje que uno no es, simular una actitud. Si es complicado vivir en la profundidad de tu ser una actitud ante el mundo, cuánto más complicado ha de ser vivir con una simulación de una actitud. Porque tenés un montón de flancos débiles, parecés pero no sos.
-¿Y qué te ocurrió cuando te invitaron a participar del nuevo Barock?
Hace muchos años se habla de que el Barock va a volver y no se concretaba. Y creo que también es como lo que pasó con Woodstock, que en su momento representó un quiebre en la sociedad norteamericana y mundial, y que no tenía mucho que ver con el negocio. De hecho terminaron perdiendo plata a pesar de que fueron 300.000 personas. Los Woodstock de ahora llevan muchísima gente, producen una fortuna de dinero, de camisetas y tatuajes, pero no significan culturalmente nada. Está faltando la parte esencial, que es el mensaje, qué es lo que estás diciendo. Ojalá este Barock pudiese ser la contrapartida y tener la posibilidad de decir algo, aunque habrá que ver también si hay oídos para escuchar ese mensaje. ¿Los jóvenes tendrán ganas de escuchar ese mensaje? No lo sé. Como hecho en sí, está bueno, pero veamos qué produce en esta gente, en estos chicos, con toda esta tecnología a disposición, ver si podemos saltar un poco eso. Porque parece que no hay espacio, no hay ninguna hendidura donde pueda entrar el mensaje de las personas. Por momentos parece que sólo hay lugar para el mensaje de las compañías telefónicas.
-¿Y cuál es el mensaje de un disco como Vulgata , tu última producción?
El de Vulgata y el de todos mis discos es un camino difícil, porque está representando como una especie de situación lateral, que va, como dice La Renga, por un caminito al costado del mundo. Pero bueno, a mí me tocó seguir en este carril, de mensaje, de música, de posición ante la sociedad, y por suerte hay gente a la que le interesa, que lo busca y eso es lo que me estimula para seguir adelante.
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