Luces y sombras en la vida de John Lennon: del desamparo de sus padres a la simbiosis con Yoko Ono y su trágico final
Nacido el 09 de octubre de 1940 en Liverpool, vivió una infancia caótica: conoció a su papá a los cinco años y se crió con su tía materna luego de que su mamá formara otra familia. Su adolescencia, su explosión y su abrupta muerte: el legado de un artista único a 44 años de su adiós
Por Matías Bauso
Alguna vez dijo que la vida es eso que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes. Su vida pasó rápido. Concluyó el 8 de diciembre de 1980 cuando Mark David Chapman, un presunto fan, salió de las sombras para disparar cinco veces contra su cuerpo: las dos primeras impactan por la espalda y dictan su muerte, las dos siguientes dan en su hombro y la quinta se pierde en las paredes de la cuadra. John Winston Lennon murió asesinado hace cuatro décadas en las puertas de su casa en Manhattan.
Tenía cuarenta años. Había nacido el 09 de octubre de 1940, en plena Segunda Guerra Mundial. Su niñez no fue particularmente dichosa. Julia, su madre, lo tuvo sola. Al bebé le pusieron John Winston, parte linaje familiar y parte admiración por Churchill. El padre estaba en alta mar, trabajando. Pero el tiempo pasó, la guerra terminó y el hombre no aparecía. Cuando lo hizo llegaron los reproches, las peleas y John quedó en medio de las tormentas conyugales como moneda de cambio.
Julia ya tenía otra pareja y estaba embarazada. El padre se fue para no regresar y John se fue a vivir con su tía Mimi. La relación de John con su madre, aunque conflictiva, se fue reconstruyendo (“La mitad de lo que digo no tiene sentido/ pero lo digo para alcanzarte a vos, Julia”, escribió John en la canción beatle a la que le puso el nombre de su madre).
Julia le regaló su primera guitarra. A la tía Mimi la música no le parecía una ocupación honrosa, ni siquiera un pasatiempo decente. Julia incentivaba la inclinación artística de su hijo. Pero cuando John tenía 17 años, su madre murió atropellada por un auto. Ese dolor, esa ausencia, los desencuentros no resueltos se convirtieron en fantasmas que lo merodearon el resto de sus días.
Una adolescencia complicada. La escuela de arte. Las primeras chicas. La guitarra. The Quarrymen. Los Beatles. Paul. Hamburgo. Tony Sheridan. George Martin. Brian Epstein. La primera grabación. La explosión. La Beatlemanía.
Los Beatles sacudieron al mundo. Pocas veces en la historia un artista popular logró semejante impacto. Y ahí a la cabeza de esa revolución hecha de moptops, desparpajo, canciones cinceladas en el aire, carisma y grandes voces estaba John.
Lo increíble es que si se enumeran los hitos de la banda cada persona podría hacer una lista diferente. Y todo sucedió en muy poco tiempo. La evolución que tuvieron, las transformaciones que atravesaron en siete años son inverosímiles. Cuando el mundo seguía hablando de los pelos largos y tarareando tontas canciones de amor, ellos dejaban los shows en vivo y grababan canciones como A Day in a Life.
Entrevistado en estos por días por Sean, el segundo hijo de Lennon, Paul McCartney, recordando el encuentro inicial en Liverpool, dijo: “Qué afortunado fui al conocer a este extraño niño al bajar del ómnibus, que hacía música como yo. Nos complementamos de inmediato”
La dupla compositiva con Paul McCartney se fue transformando. De escribir codo a codo, a que cada uno hiciera sus canciones y el otro aportara una línea, o mejorara el estribillo, aunque siguieran compartiendo los créditos. Esa competencia interna los potenció. El orgullo de demostrar quién era el mejor. A mitad de camino, John escuchó a Bob Dylan y no quiso más canciones vacías. Las letras empezaron a tener importancia. Y aún en canciones que en la primera escucha pueden parecer livianas como Help pueden esconder otras cosas: un pedido de auxilio, una visión más amarga. Nowhere Man, Girl, Strawberry Fields Forever, I’m the Walrus, Happiness is a Warm Gun, Revolution, Across the Universe. Esos son algunas de las canciones invencibles de John en la segunda etapa de los Beatles.
Pero él también era el de las opiniones contundentes. Escandalizó cuando le pidió a las damas de la platea agitaran sus joyas o cuando dijo con toda naturalidad, sin abrir juicio de valor, que ellos eran más famosos que Jesús. El camino de la experimentación (no sólo lírica o sonora) también lo encabezaba él. La experiencia con el LSD también llegó a sus temas, lo mismo que las búsquedas experimentales y la realidad de madurar y transformarse a la vista de todo el mundo.
Se había casado con Cynthia Powell, una compañero de la escuela de artes. El noviazgo había durado varios años. En 1962 ella quedó embarazada. Decidieron casarse. Tuvieron a Julian, que en los ochenta logró algunos hits pop con un timbre de voz parecido al del padre. El inicio del matrimonio coincidió con la Beatlemanía. Si había alguna (mínima) chance de que la pareja tuviera éxito, esa situación la terminó de sepultar. Lennon reconoció con pesar que fue cruel con su primera esposa, que no la trataba bien, que derramó todo su machismo sobre ella. La pareja se fue descomponiendo pero no se separaron hasta que ella encontró a John con Yoko en su hogar.
La aparición de la artista japonesa revolucionó el mundo de John. La pareja estaba siempre junta. En las salidas, en las grabaciones de los Beatles, en las entrevistas. Sus mundos se fusionaron, los personales y los creativos. John quiso mostrarle al mundo su amor. Y el mundo no lo recibió demasiado bien. “Cuando empezamos a salir todo el mundo pensó que nos habíamos vuelto locos”, dijo John mucho después.
Ella fue sindicada como la responsable de haber provocado la ruptura de los Beatles sin que se entendieran los crecimientos personales, las tensiones internas, las presiones, las batallas calladas entre los cuatro, el desgaste inhumano que produce la fama desorbitada. No importaba cuánto tuviera de real la incidencia negativa de Yoko, bastó con el señalamiento para que quedara signada como uno de los grandes villanos del siglo pasado.
La pareja editó varios discos juntos. Los álbumes experimentales, esas aventuras sonoras con Yoko, fueron más un gesto de modernidad, de búsqueda, que obras avant garde. Pero ese gesto provenía de un Beatle. Ya desde la tapa hacían su declaración. John y Yoko parados de frente, totalmente desnudos, en una postura más desafiante que erótica; o Yoko internada tras un aborto espontáneo con John acompañándola, tirado en el piso.
Cuando le tocó salir como solista con su primer disco “tradicional” podría haber elegido cualquier camino. Pero él optó por diluir el nombre junto al de Yoko. Plastic Ono Band. El mundo no veía bien la relación, la acusaban a ella de la disolución de los Beatles y él la llevaba al título del LP. Ella era su identidad. Ese álbum es un clásico que resistió el paso del tiempo. Es más, que mejora con los años. Canciones que eluden la amabilidad, que afrontan el dolor: Isolation, Mother, Working Class Hero y, por supuesto, God: No creo en Dios, No creo en Zimmerman (Dylan), no creo en los Beatles, sólo creo en Yoko y en mi.
Mientras tanto, los periodistas lo buscaban y encontraban su lengua directa, que desconocía los eufemismos. Las diatribas contra Paul eran frecuentes. Desmerecía sus discos solistas, dudaba del poder compositivo de su compañero de firma fuera del grupo, se adjudicaba la decisión de haber disuelto al grupo, dejando en claro que nadie le imponía condiciones.
También era inclemente con George Harrison. Se reía de sus búsquedas espirituales, lo minimizaba como compositor. Y hasta Ringo Starr, con el que más relación mantenía, caía bajo su ingenio lacerante. Con el baterista utilizaba algo de condescendencia o aclaraba que un disco de Ringo no estaba mal, pero que él no lo compraría nunca. Desde la separación más allá de encuentros momentáneos, John buscó destacarse entre los ex Beatles y fue el que siempre se mostró más firme en cuanto a rechazar toda posibilidad de reunión de la banda. Eso era el pasado y él miraba hacia adelante.
Después vino Imagine. Su gran éxito solista. La tapa onírica: él mirando de frente, con su anteojos redondos, la nube y el cielo. Canciones de amor y de odio (How do you sleep su catársis anti Paul).
Supon (gamos) que el disco no hubiera llevado de titulo el de esa canción. Imagine, de todas maneras, hubiera conseguido resaltar. Un himno que traspasa fronteras y épocas. Lejos está de ser su mejor canción pero como buena gema pop, logra en pocos minutos encerrar un mundo. Un mensaje pacifista y esperanzador compuesto una mañana mientras miraba a Yoko en su habitación y grabado en un Stenway en Inglaterra en apenas dos tomas.
Hubo también otros gestos. Los Bed-in. La pareja acostada en una cama de hotel mientras recibía periodistas y transmitía un mensaje pacifista. Otra vez el impacto. Los amigos y la grabación de Give Peace a Chance. Dale una oportunidad a la paz. Una canción de fogón, otra vez ingenua, machacona y efectiva. La búsqueda por comunicar de una manera diferente, de llamar la atención sobre una causa noble. Toda la puesta en escena tiene algo artificial, exhibicionista y hasta algo ridícula pero también -aunque parezca que exista alguna contradicción con el primer adjetivo- real y noble.
Billy Corgan dijo: “La gente se reía del Bed-In. Pero para mí, ahora, es un gesto revolucionario de la mayor magnitud. Fue la primera persona que de manera pop dijo que la paz era importante”. Puede ser considerado gesto trivial o inocuo, pero como afirma Corgan, Lennon, en medio de un clima de agresividad, en medio de guerras, revoluciones, de jóvenes que creían que el camino era el de la violencia, se paró (en realidad, se acostó) frente a ellos y clamó por la paz. El otro elemento a considerar es su situación en Estados Unidos. Amenazado con ser deportado por la administración Richard Nixon, con problemas con la justicia, él no cedió a las presiones.
Tiempo después, las grandes capitales del mundo tuvieron enormes afiches que en letra catástrofe anunciaban The war is over. La Guerra terminó. La letra chica, como en todo contrato, relativizaba la afirmación: “Si tu quieres”, explicaba.
John grababa un disco por año pero la recepción crítica y de público no siempre era la que él deseaba o esperaba. Era como que todos esperaban más de él, o como si siempre esperaban algo distinto de lo que él les brindaba. “No es divertido ser artista. Escribir es una tortura. Si pudiera ser un puto pescador, lo sería”, declaró.
En 1973, en medio de la grabación de Mind Games se rompió su matrimonio. Todo había comenzado (o terminado) en una fiesta en la que John desapareció de la vista de Yoko unos minutos. Ella supo qué estaba sucediendo pero no hizo nada por impedirlo. Lo único que esperaba era discreción. Pero las circunstancias jugaron en contra. Uno de los invitados se quiso retirar de la fiesta antes. Al ir a buscar con los anfitriones sus abrigos al dormitorio principal de la casa en la que la reunión tenía lugar se encontraron con una sorpresa al prender la luz. John Lennon estaba teniendo sexo con una joven y rubia invitada.
Yoko no hizo ningún escándalo público pero unos días después la pareja tuvo una charla definitiva. Yoko Ono le dijo a John: “Te devuelvo tu libertad”. El arrepentimiento del Beatle y sus disculpas no alcanzaron. Debió dejar la casa que compartían
La separación de Yoko lo llevó al Fin de Semana Perdido. Un año y medio en el que se dedicó a salir cada noche con Harry Nilsson, Ringo, Keith Moon y varios más. Un romance con May Pang, la chaperona que le había mandado Yoko, el disco de covers de las canciones que a él lo habían hecho quién era, los clásicos del rock de fines de los cincuenta. De esos días de noches demasiado largas, drogas, alcohol, mujeres, quedaron muchas anécdotas y poca música. Harry Nilsson, una noche resumió el estado en el que se encontraban (él, Ringo, Moon y John), con una frase certera: “Ya no somos músicos que toman alcohol y experimentan con drogas; nos convertimos en adictos que de vez en cuando hacemos música”. Y esa escasa música pese al genio compositivo de John tampoco era tan buena.
La pareja una vez más se juntó. Yoko quedó embarazada de Sean y Lennon se retiró por cinco años. Cocinó, cambió pañales, se quedó en su casa a criar a su hijo. Tampoco fueron años totalmente tranquilos. Luchó contra sus contradicciones, contra sus fantasmas, con sus enojos repentinos. En 1980 tras un viaje a Bahamas con Sean decidió volver a grabar. Pero, una vez más, él pondría las condiciones. Rechazó las ofertas millonarias de las discográficas más importantes (¿quién no quería editar el disco de regreso de Lennon?) porque a estas sólo le importaban sus canciones. Él quería compartir los surcos del disco con Yoko. Darle visibilidad a su música.
“Escribí Woman is the Nigger of The World hace más de una década pero era una declaración. Bienintencionada, pero sólo una declaración. Yo tenía que hacer mucho más para respetar a las mujeres, trabajar internamente para lograr sacarme esos prejuicios de encima”, declaró John, el primer deconstruido célebre.
Double Fantasy apareció a fines de 1980. La recepción, al principio, fue tibia. Las canciones de Yoko en el medio de las de John molestaban. Y Lennon les había dado otra vez algo que no esperaban. Era un canto emocionado a la adultez, al encanto de la vida doméstica, del goce que significa el calor familiar. Lo acusaron de blando. Algún crítico hasta lo mandó a lavar los platos. A él no le importó. Estaba feliz de estar de nuevo en el ruedo. Se demostró que no estaba oxidado. Mantenía su súper poder: aún podía escribir canciones hermosas. Enseguida entró al estudio a grabar el sucesor. Creía que se podía llamar Milk and Honey. Las épocas de furia habían quedado atrás, muy lejos.
Pero volviendo del estudio, el 8 de diciembre del 80, en la puerta del Dakota lo esperaba ese joven, relleno, algo tímido, de mirada tosca que tenía un trajinado ejemplar de la novela de Salinger en un bolsillo.
Mark David Chapman hoy tiene 65 años y cumple la sentencia a cadena perpetua en el Centro Correccional de Wende. A cuarenta años de haber efectuado los disparos que terminaron la vida del beatle, intentó pedir perdón a Yoko Ono y explicar su crimen: “Sabía que estaba mal y lo hice por la gloria. Una palabra: sólo gloria. Es eso. Él era famoso, extremadamente famoso. Por eso encabezaba mi lista”.
La ucronía imposible: ¿cómo hubiera envejecido Lennon? ¿Cómo sería a los 80? ¿Hubiera seguido grabando? ¿Cuáles serían sus posturas políticas? ¿Se hubiera suavizado su acidez? Su imagen quedó cristalizada en el momento de su muerte.
¿Cuál es tu Beatle favorito? Esa pregunta/desafío que puede definir la manera en que miramos a una persona. En un momento, en realidad durante mucho tiempo, el que casi monopolizaba las referencias era John. La muerte prematura, el perfil alto, las declaraciones fuertes, el mensaje político, el pacifismo, las canciones gloriosas. Algo así había profetizado a fines de los sesenta: “La gente prefiere un santo muerto, que gente que molesta e incomoda como Yoko y yo”. Sin saber que él ocuparía el primer lugar en esa frase.
Después pasó lo que pasa siempre. En algún momento llega la reacción después de tanta veneración. Y su figura fue perdiendo preferencia a manos de los otros tres. Ahora, ya pasados cuarenta años de su muerte el análisis es más sencillo, más desapasionado. Y si bien nadie debería convertirse en catador de preferencias ajenas, tampoco se puede desconocer la enorme dimensión de John Lennon en la música moderna y la influencia que significó para varias generaciones de jóvenes, excediendo largamente el mundo musical.
Estos certámenes de favoritismos no conducen a ningún lado, pero nadie puede negar la estatura colosal de John como compositor, cantante y figura pública. Su legado es una visión, una búsqueda de una sociedad más justa, la mirada humana, el sarcasmo desplegado con el timing exacto y, por supuesto, un centenar de canciones imbatibles, eternas que mejoran nuestros días.
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