Joey Ramone, el punk rocker que nació con un feto adosado a su columna vertebral y sufrió por amor hasta su muerte
El cantante de Ramones cumpliría hoy 73 años. Su traumática infancia. El bullying en la escuela. Su precaria salud. La redención a través del rock. La idolatría en la Argentina. Y los 20 años sin hablar con el guitarrista Johnny Ramone por una mujer
Por Miguel Frías (Infobae)
Es raro empezar una nota sobre Joey Ramone con una referencia etimológica, a lo Mariano Grondona. Pero viene al caso. La palabra es teratoma y procede del griego: teras-teratos (pesadilla, monstruo) y oma (tumor, hinchazón). Teratoma: tumor encapsulado con componentes de tejidos u órganos, que puede contener pelo, dientes, hueso y, en casos muy raros, corazón, torso, manos o pies. En la antigüedad se creía que era un castigo al canibalismo o se lo atribuía a la brujería y las maldiciones. Parece sacado de una película de David Cronenberg, pero fue la dura realidad de Jeffrey Ross Hyman (Joey Ramone) al nacer, el 19 de mayo de 1951 en el seno de una familia judía de Forest Hills, Queens, Nueva York, hace hoy 73 años.
Su teratoma estaba adosado a la columna vertebral; el origen: el feto de un gemelo que no había terminado de desarrollarse. Se lo removieron con una cirugía. Pero nunca dejó de tener problemas -físicos y psicológicos- por aquel tumor extraño, tan apto para las interpretaciones psicoanalíticas como para aquellas supersticiones. Los seguidores de Ramones -banda pionera de punk rock que Joey integró entre 1974 y 1996- lo saben: no fue el único peso que cargaría literalmente sobre sus espaldas.
Jeffrey era un muchacho introvertido y solitario, de un metro noventa y ocho, flaco y desgarbado, ojos miopes saltones, anteojos de muchísimas dioptrías y dentadura asimétrica. Se parecía más al hijo de un personaje de Jerry Lewis, pongamos El profesor chiflado, que al cantante arrollador en el que mutaría al convertirse en Joey Ramone.
La futura estrella estudió en el Forest Hills High School, donde era carne de bullying. Sus padres se separaron cuando era chico. Creció, según él, con el “síndrome del hogar destruido”. Según su madre, Charlotte Leyer, dueña de una pequeña galería de arte, era un alumno deficiente, a pesar de que fuera de la escuela se mostraba inteligente y sobre todo creativo. Sus problemas visuales casi no le permitían leer. Una compulsión lo empujaba a ejecutar actos sin sentido que repetía: tocar determinados objetos varias veces, subir o bajar escaleras para ir a ningún lado.
Lo redimía un espíritu melómano heredado de Charlotte: escuchaba The Who, los Beatles, David Bowie, pero sobre todo The Stooges (con Iggy Pop, el hombre iguana, o viceversa) y New York Dolls, bandas que marcarían su carrera artística. Su hermano, Michael Lee Hyman, más conocido como Mickey Leigh, cuatro años menor, también se dedicaría precozmente a la música: formó su primera banda a los 10 años y, a los 14, ya tocaba con John Cummings y Tommy Erdelyi, futuros Ramones.
“Cuando Joey tenía alrededor de 18 años decidió internarse en el hospital Saint Vincent, porque la estaba pasando muy mal con su enfermedad llamada TOC, Trastorno Obsesivo Compulsivo -declaró Michael en un documental-. Escuchaba voces que lo obligaban a repetir cosas. Le dijeron a mi madre que era un trastorno emocional que probablemente lo convertiría en un ser socialmente marginal por el resto de su vida. Estábamos preocupados por su futuro”.
A pesar de todo, Jeffrey decidió aferrarse a lo único que lo mantenía a flote y en 1972 se unió a una banda de glam rock Sniper, de la que fue cantante. En escena parecía transformado en un tipo con otra personalidad, segura y desenfadada. “Más que cantar me parecía que rugía, me sentí contento por él”, dijo su hermano. Hasta que a Joey lo echaron del grupo, poco después, por feo. Sí: por feo. Eran épocas en las que el frontman de cada grupo de rock tenía que ser lindo y sensual y seductor y glamoroso, estilo David Bowie o Mick Jagger. No era el caso de Jeffrey.
Se bañaba de vez en cuando. Se sentía enfermo muy a menudo. Se emborrachaba y drogaba con sus amigos. Más adelante, en otra internación psiquiátrica, por abusar del consumo de LSD, el diagnóstico TOC tendría añadidos: iban a detectarle rasgos paraonides y esquizofrénicos e incluso un daño cerebral pequeño. Como le explicó el bajista CJ Ramone a Gerardo Barberán Aquino en el libro “Ramones en la Argentina” (Gourmet Musical, 2018): “Joey se enfermaba muy seguido. No era una persona físicamente fuerte y muchas, muchísimas veces tenía recaídas mientras estábamos de gira”.
Pero volvamos a Jeffrey a comienzos de los setenta. En 1974, su amigo Douglas Colvin (alias Dee Dee) lo invitó a que fuera baterista de una banda que estaba armando con John Cummings, aquel compañero de Michael. Al principio fue un desastre: Dee Dee no lograba tocar la guitarra y cantar al mismo tiempo y en general se presentaban borrachos o drogados y Joey, en medio de ese delirio general, no podía seguirlos con la batería. Tommy Erdelyi, hasta entonces manager del grupo, cambió los roles: puso a Jeffrey como cantante y se hizo cargo de la batería, con Dee Dee en bajo y Cummings en guitarra. Dee Dee y Cumings provenían de la clase obrera.
El nombre Ramones fue un homenaje a Paul McCartney, que, en busca del anonimato, en algunos viajes de sus comienzos se registraba como Paul Ramone. La primera formación de la banda de Queens tomó ese apellido y se lo adjudicó a cada miembro. Dee Dee Ramone (bajo), Johnny Ramone (batería), Tommy Ramone (batería) y Joey Ramone (voz) fundaron así un grupo de punk rock, no muy sofisticado en lo melódico, sencillo, sin esnobismo estético, con letras extrañas: potente y, con el tiempo, mitológico. El que allanaría, en Inglaterra, el camino de bandas como Sex Pistols y The Clash. El que sería venerado en la Argentina.
El debut oficial de Ramones fue en agosto de 1974, en CBGB, un pequeño bar de Manhattan, con mala reputación y pocos comensales, ninguno de ellos sobrio. La primera presentación fue caótica. Tocaron una docena de canciones en poco más de quince minutos; en parte porque los temas eran cortos; en parte, porque se detenían en cualquier momento y volvían a empezar. Otros shows, de unos cuarenta minutos, consistían en veinte minutos de música y otros veinte de peleas e insultos entre ellos. Algunos espectadores llegaron a pensar que era una búsqueda cómica. Joey ya usaba la campera corta de cuero negro, jeans y zapatillas destruidos, anteojos oscuros, con vidrios de óvalos horizontales, y la melena sobre la cara.
La banda fue creciendo, cambiando, mejorando. Pero, más allá de su devenir musical, una interna feroz, la de Joey y Johnny, cruzaría su historia. Joey era un liberal de izquierda -acá suena a oxímoron; pensemos entonces en un progresista- y Johnny era conservador -toda una rareza, un punk conservador-. Pero la rivalidad más intensa se dio por el amor de una mujer. En 1979, Joey tuvo un romance con una chica llamada Linda Danielle, quien luego lo dejó por Johnny, con el que se casó. Joey y Johnny jamás volvieron a hablarse, aunque siguieron tocando juntos. Joey compuso la canción “The KKK Took My Baby” (El Ku Klux Klan me robó a mi chica) para el disco “Pleasant Dreams”, de 1981.
Desde 1987, cuando visitaron por primera vez la Argentina con esa fractura interna irreversible, se transformaron en profetas en estas tierras. Vinieron siete veces, hasta 1996, cuando se despidieron en River, tras un escándalo con desmanes en el centro porteño durante la venta de entradas. Dee Dee sufrió síndrome de abstinencia a las drogas en el Hotel Intercontinental. Y se enamoró de una joven, Bárbara Zampini, con la que se radicó por un tiempo en Banfield. Johnny no paraba de elogiar a los fans argentinos. La salud de Joey estaba muy deteriorada. Ni siquiera así retomaron el diálogo con Johnny, que se convirtió en miembro de la Asociación Nacional del Rifle y veneraba a Ronald Reagan.
La última enfermedad de Joey, la letal, fue un linfoma. Murió en el hospital New York Presbyterian el 15 de abril de 2001, a los 49 años. Su último deseo, pedido a su hermano, fue escuchar “In A Little While”, de U2 (cuya letra dice: “Dentro de un rato este dolor no existirá/ Y estaré en casa, amor”). Ni Johnny ni Linda lo despidieron, aunque tiempo después Johnny declaró que le quedaba un gran sentimiento de culpa por el silencio de dos décadas. Una culpa más corta que el encono, porque el 15 de septiembre de 2004 le tocó el turno a él de morir, a los 55 años, por un cáncer de próstata. Johnny y Joey, enemigos íntimos, fueron los dos únicos Ramones que estuvieron desde el comienzo hasta el final de la banda. “El rock fue mi salvación”, había declarado Joey en una de sus últimas entrevistas, y quién sabe de cuántos infiernos.
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