Por Fernando Samalea
…Se había anunciado un show gratuito para el 10 de marzo de 2007, que se haría en el predio de avenida Alcorta y La Pampa. En un segundo de clarividencia, Gustavo telefoneó a Luis Alberto Spinetta para proponerle ser su selecto invitado. Varias veces habían estado cerca de hacer algo juntos, pero hasta entonces nunca se había dado. “Sí, Gus, esta vez lo hacemos, es muy grosso que me hayas llamado”, fue su respuesta. A Gustavo le gustaba hablar de Artaud y de canciones como “Todas las hojas son del viento”.
Estaba contentísimo cuando continuamos con los ensayos. “A ver, a ver, si aclara” cantó en medio de la sala de Unísono. Al hacer el falsete, dijo en broma “¡Parezco Eros Ramazzotti!”. Era la canción “Sudestada”, una balada de marcha constante, con mucho aire entre los instrumentos, que explotaba en un estribillo de breaks de tom-toms a la antigua y guitarras distorsionadas, además de teclados ambientales y fraseos del bajo de Nalé.
Spinetta llegó a Unísono de impecable saco azul metalizado, lentes sin marco y cabello algo entrecano hasta los hombros. Asomó por la puerta mientras ajustábamos justamente ese tema, pero su sola presencia hizo que todos dejásemos de tocar para recibirlo.
—¡Luis, bienvenido!
—Monos, qué placer.
—Vamos a hacer “Bajan”, ya la estuvimos tocando hace
un rato. Y sería un honor si también estás en alguna de las mías. ¿Cuál te parecería apropiada? —le dijo en medio de los saludos generales y abrazos.
—Y, loco, a mí me gusta “Persiana americana” —nos sorprendió con su clásica entonación vocal.
Al instante, todos pensamos cómo sonaría desde su voz.
Con complicidad, Spinetta le corrigió un acorde de “Bajan”, así como aclaró que el “vidrios sin sol” que cantaba Gustavo era en verdad “tibio sin sol”. “Y, es que en esa época no se entendía nada”, se justificó Gustavo en broma. Haríamos “Bajan” en una versión similar a la incluida en Amor amarillo, con su arpegio inicial, voz aguda y entrada a todo trapo de la banda. La parte final instrumental era casi electrónica, mientras Luis Alberto hacía un solo con su Pensa Stratocaster roja, en medio del balanceo de todos: “Tengo tiempo para saber/ si lo que sueño concluye en algo,/ no te apures ya más, mi amor,/ porque es entonces cuando las horas bajan”, cantó Gustavo por el micrófono, y Luis tomó la segunda estrofa: “Viejo roble del camino,/ tus hojas siempre se agitan algo,/ nena, nena, qué bien te ves,/ cuando en tus ojos/ no importa si las horas bajan/ y el día se sienta a morir”.
Luego de algunas pruebas, se eligió “Té para tres” del repertorio de Cerati. En medio de las estrofas, el líder propuso incluir como un guiño el riff de “Cementerio Club”, la canción de Pescado Rabioso. Ya lo había hecho en el Unplugged de Soda Stereo.
—Uh, no me acuerdo dónde lo hacía… ¿Cómo era? —preguntó Luis, empuñando su Stratocaster roja enchu- fada a un Twin Reverb.
—Acá, estirando la cuerda —le mostró Gustavo, acercando su mano sobre el diapasón.
—Eso, qué genial lo que me hacés revivir, Flaco —le contestó, llamándolo a Gus con su propio apodo.
—El riff lo metemos después de tu solo de guitarra. ¿Podrías cantar vos la segunda estrofa, la que dice “el eclipse no fue parcial”?
—Claro —asintió.
Tras varias horas de música, el célebre flaco saludó para retirarse, no sin antes decir:
—¿Vengo mañana también? Así aseguro mejor todo. —¡Obvio!
Durante un par de tardes de colección, Spinetta derrochó música, cultura, arte, calidad humana y un finísimo humor, no exento de citas al Doctor Tangalanga o a programas televisivos de Diego Capusotto y Fabio Alberti…
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Extracto de «Mientras otros duermen» (Sudamericana, 2017)
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