Daniel Grinbank cuenta el momento más intenso de su vida: Rolling Stones, U2 y el show más grande del mundo
El empresario, representante y productor argentino publica su biografía, “Te amo, te odio, dame más”. A continuación, un fragmento en el que explica cómo fue organizar el masivo show gratuito de la banda de Mick Jagger y Keith Richards en Río de Janeiro. ¿Podría haberse dado un recital de esa magnitud en Argentina?
Fuente (Infobae)
Para los amantes de la música en Argentina, Daniel Grinbank es un artífice de momentos inolvidables. Responsable directo de la mayoría de los recitales más importantes llevados a cabo en el país, este empresario, representante y productor de espectáculos planificó el show de los Rolling Stones con Bob Dylan en 1998 y el cierre de la gira en apoyo de Amnistía Internacional diez años antes (con la presencia de Peter Gabriel, Sting y Bruce Springsteen), además de organizar los espectáculos de artistas de la talla de U2, Madonna, David Bowie, Lady Gaga, Coldplay, Nirvana y más.
Sin duda, una vida dedicada a la música y la cultura -en la que se codeó con estrellas de todo el mundo- le dejó una parva de anécdotas, chismes, curiosidades y jugosas historias que recopiló en su biografía, Te amo, te odio, dame más, editada por Planeta y que se podrá conseguir a partir del 1° de noviembre.
El título, que surge de una frase de la canción “Peperina” de Serú Girán, adquiere nuevas dimensiones si se tiene en cuenta la ambivalente relación que tuvo con Charly García, líder de ese grupo. Grinbank fue su representante pero las cosas no terminaron bien. No es ninguna novedad la anécdota en la que el músico le llenó la oficina de graffitis “por celos” y lo trató de “mercenario”. De todos modos, aunque actualmente Grinbank no tiene relación con García, lo considera un “transformador cultural”, según aclaró en una entrevista.
En Te amo, te odio, dame más, Grinbank prefirió no hacer una biografía tradicional con recuentos exhaustivos de acontecimientos por todos conocidos, sino ahondar en las intimidades de una vida dedicada a la cultura. ¿Cómo fue organizar el masivo recital gratuito de los Rolling Stones en Río de Janeiro? ¿Podría haberse dado un show de esa magnitud en Argentina? ¿Es cierto que, en su show de 1991, Prince decidió tocar lo mínimo indispensable por falta de presupuesto? ¿De qué manera lo “castigó” el productor?
Con una vida repleta de controversias y efervescencia, la biografía de Daniel Grinbank le dejará en los labios a los lectores la cita de la mítica canción de Charly García que el propio autor eligió como título: “Te amo, te odio, ¡dame más!”.
“Te amo, te odio, dame más” (fragmento)
La quincena más intensa de la vida – U2 y Los Stones juntos (pero no mezclados) – Sus majestades en Río de Janeiro para todos – De avión en avión – De susto en susto – El teléfono rojo al rojo vivo
2006 arrancó con todo.
Como en el 98, se me superponían nada más y nada menos que los conciertos de U2 y los Rolling Stones, con diferencia de pocos días.
Nada. Una pavada.
La gira de U2 era la segunda que hacían por Sudamérica, esta vez presentando su “Vertigo Tour”, mientras que los Stones visitaban por tercera vez el país, con su “A Bigger Band Tour”, que traía como plus la posibilidad de hacer un show gratuito en Río de Janeiro, algo que comenzamos a contemplar con mi socio brasilero Luiz Niemeyer.
Las dos bandas, cuyos tours mundiales estaban producidos por la misma empresa, tenían que tocar sí o sí en estadios abiertos, así que coincidían en casi todo (incluso, en que terminaron siendo los dos tours que más recaudaron en el mundo a comienzos de este siglo). Así que, por todos estos temas de superposiciones, se acordó que U2 no iba a tocar en Río (el show gratuito de los Stones le iba a pasar por arriba en promoción), y que ambas bandas harían nada más que dos shows en Buenos Aires, y que únicamente U2 tocaría en Chile.
Lo de los Stones fue más complejo. La producción de “A Bigger Band Tour” era una locura: dos torres laterales ubicadas en la parte posterior del escenario que se vendían como sector súper VIP. El debut de la gira fue en el Fenway Park, un campo de béisbol de Boston, en un show al que pude ir. Me acuerdo de la calentura que tenían la banda y los productores cuando se avivaron de que esos palcos los había adquirido el comité de campaña de Arnold Schwarzenegger, como parte de un plan para recaudar guita para la campaña que el tipo estaba encarando como candidato a gobernador por el estado de California.
Revendían los tickets para generar flujos de caja que iban derechito a la difusión de los republicanos. Obvio, la banda estaba en las antípodas de estos tipos que representaban a la derecha norteamericana más retrógrada –aunque el tiempo demostraría años más tarde, con Trump, que siempre en política se puede caer más bajo–. Después de este bajón, tomaron recaudos y cuidados necesarios para que esas ubicaciones estuvieran en manos de los fans.
En paralelo a nuestras ganas de hacer un concierto en Brasil, las autoridades de Río de Janeiro se habían comunicado con Luiz Niemeyer, para decirle que querían promocionar la ciudad, hacer algo así como un evento del que hablara todo el mundo y que dejara una impresión extraordinaria, la imagen de una ciudad segura para visitar.
Para arrancar con las negociaciones, en septiembre de 2005 viajamos con Niemeyer a Nueva York, en fechas que coincidían con los shows de la banda. Por su parte, el gobierno brasilero mandó a la funcionaria responsable, Ana Maria Maia, secretaria municipal de eventos especiales y hermana del alcalde de Río, Cesar Maia, así que quedaba más o menos claro que conseguir el presupuesto para semejante evento no era para nada una locura.
El motor que movía al tour estaba en la posibilidad de entrar en el libro Guinness de los récords como el artista que más público había convocado en un show.
Existen distintas visiones de si este show de más de un millón y medio de personas fue el de mayor público en la historia del mundo mundial. Los detractores dicen que en realidad fue el que hizo Rod Stewart el 31 de diciembre del 94 en Copacabana: alrededor de tres millones de personas. Pero, la diferencia de base con aquel concierto está en que fue parte de un evento multitudinario que se celebra todos los años, y solo una parte del público vio el show, porque la mayor parte de la multitud se concentraba en las varias playas de Río que tradicionalmente alojan esta fiesta de fuegos artificiales y pirotecnia que se monta en el mar. Como sea, fue una locura.
Vuelvo. En Nueva York, mientras negociábamos con el municipio y los sponsors, me llamó Michael Cohl, el productor mundial del tour, para decirme que teníamos que reunirnos urgente: estaban haciendo números y, pese a que seguían más que interesados por el proyecto, las cuentas le daban en rojo total. Más que nada por la logística de los equipos que viajaban en cuatro aviones cargueros DC10.
Salimos de raje a Toronto con mi production mánager, Javier “Cherno” Semenenko, para ver qué podíamos hacer. Después de un par de días de trabajo, llegamos a la conclusión de que había que cambiar el diseño del set de escenario porque era inviable. Por suerte, llegamos a un nuevo diseño de muy buen nivel que fue aprobado por la banda. El resto lo solucionábamos con proveedores locales.
Superado este escollo, arrancamos con lo prioritario: garantizar la seguridad y logística del show en función de la promoción que se quería hacer de la ciudad. Terrible desafío.
Con respecto a la seguridad, el trabajo que hizo en las favelas Ana Maria Maia fue extraordinario. Ella tenía una relación muy estrecha con sus habitantes (“moradores de comunidade”, les dicen en Río), ligada al desarrollo de planes culturales. Por eso no le fue tan complicado diseñar una suerte de “concesión” de espacios sin pago de gravámenes para que las bandas de las favelas pudieran armar sus puestos, que iban desde merchandising “trucho” hasta controlar a los dealers. Y esto fue vital para calmar los ánimos y evitar cualquier tipo de enfrentamientos entre los distintos carteles.
Otro desafío fue organizar el operativo de tránsito. Iban a llegar micros y autos de todos lados de Brasil y de los países limítrofes, en pocas palabras, iba a ser un quilombo total. Por eso, la movida requirió de una planificación a gran escala, dejando corredores para ambulancias y otras opciones para emergencias que pudieran surgir. También tuvimos que organizar con la Prefectura los parking acuáticos en el mar para todos los barcos (desde lanchitas y botes hasta cruceritos importantes) que iban cubriendo el espacio lateral, que se convertía en una nueva tribuna VIP desde donde ver el show.
De mi parte, tenía claro que desde la logística general del evento estaba quizás frente al mayor desafío de mi vida. Pero…
Pero al mismo tiempo me sentía apoyado por un aparato estatal que le había hecho tomar conciencia a una ciudad entera de la necesidad de priorizar el bien común para la comunidad. Con ese norte claro para todos, las cosas se hacían mucho más fáciles de resolver.
En Río contaba con un excelente equipo profesional, comandado en la producción por Maurice Hughes, que había diseñado un puente que cruzaba por arriba a la Avenida Atlântica para conectar directamente el hotel Copacabana Palace –en donde nos alojábamos–, para ir derecho al backstage montado en la playa. Yo me había alojado varios días antes en una habitación frente al mar, así que tenía una especie de mirador alucinante para seguir de cerca cómo iba armándose la tremenda infraestructura que se montaba para el concierto.
El buen planeamiento del schedule de armado, sumado a lo bien pensado que había estado el nuevo escenario, hicieron que llegáramos la noche anterior del show, programado para el 18 de febrero, con todo montado. Pocas veces como esa oportunidad sentí y tomé conciencia de que estaba frente a un desafío único, con muchísimas variables que tenían que estar alineadas para que todo saliera de manera impecable.
Y todo se dio de una manera increíble.
Recuerdo la satisfacción de poder ver a lo largo de miles de metros en la playa, y tener el panorama de un escenario montado con un audio que se escuchaba perfecto. Otra postal inolvidable: desde el escenario, una cantidad de público que creaba un mar de cabezas en el horizonte (el concepto de multitud en su máxima expresión).
Los mismos Stones eran conscientes de la magnitud del evento. Hicieron uno de los mejores shows que les vi hacer en años. Pocas veces sentí una emoción tan grande como cuando sonaron los acordes de “Jumpin’ Jack Flash”, el tema con el que arrancaron el show. Todavía conmocionado, tuve en claro que no me podía relajar, y que se venían dos horas de una adrenalina inédita en mi vida.
La euforia de la fiesta que se vivió en el hotel después del show no dejaba dudas de que se había cumplido el objetivo, y con creces: una celebración sin ningún incidente.
Estaba exhausto, quería dormir lo más posible, porque el 21 y 23 tenía los dos shows en River, y debía volar al mediodía del día siguiente, después de supervisar que el escenario se había desmontado con buen ritmo con los camiones que salían para Buenos Aires con los equipos.
Para llegar con los tiempos de armado de producción, como se hace generalmente en estos megashows, había otro equipo montando parte del escenario en River.
También en Buenos Aires el tema de la seguridad era prioritario. Más que nada porque era plenamente consciente de que se trataba nada más que dos shows, y habían transcurrido ocho años de la última presentación de la banda en la Argentina. Y a esto, había que sumarle el detalle no menor de que, después de la debacle económica de 2001, el deterioro social era notorio. En ese marco, el empoderamiento de las barras bravas de los clubes era un hecho real y tangible, y ya estaban conformadas como una suerte de negocio en sí mismo que manejaba mucha plata, y no sin la complicidad –en muchos casos– de las comisarías cercanas de los estadios.
Con todo esto dando vueltas, pedí una entrevista con Aníbal Fernández –que por esa época era ministro del Interior–, para montar un operativo importante de carácter preventivo con la Policía Federal.
En general, en eventos masivos de este tipo, lo que se intenta es diagramar un vallado perimetral a varias cuadras del estadio y de las puertas de acceso. El tema era que para la primera noche, los barras que trabajaban en asociación con los que revendían entradas, habían armado un “escuadrón de lisiados” con sillas de ruedas para generar presión sobre uno de los vallados que era fundamental para la logística. De esta manera, evitaban el primer chequeo. La pasividad de la policía dejó que se armara terrible revuelo, una verdadera batalla campal sobre la Avenida del Libertador con la seguridad privada que poníamos para evitar las confrontaciones con la Policía Federal.
Para colmo, todos los móviles de los programas de noticias de TV estacionados en ese sector transmitían en directo lo que estaba pasando. De inmediato llamé al Ministro, que estaba viendo en su despacho las imágenes en directo. Su intervención hizo que todo se pudiera encaminar, aunque un poco tarde: el grupo que provocaba los desmanes rompió todas las vidrieras de los locales de la zona, lo que me llevó a lidiar con indemnizaciones por 250 mil dólares (ninguna empresa de seguro cubre este tipo de contingencias a esa distancia del estadio).
Fue inevitable pensarlo… La sensación de contraste con lo que había visto en Río unas horas antes. Más de un millón y medio de personas, y acá, la violencia de un grupo de salames que no eran más de quinientos. Y la pregunta que sigue, y que se desprende de manera natural de todo esto la quiero destacar: ¿Hubiera sido viable hacer un show como el de los Stones en Brasil en Argentina?
Cada uno tendrá su respuesta. En fin…
Vuelvo. Dos días después, el segundo show fue bajo la lluvia, pero más allá de eso (un imponderable) salió todo de acuerdo a lo previsto. Mientras el concierto iba cerrando, no sé por qué, me agarró una sensación rara, algo extraño. Tenía la impresión de que ese que estaba viendo podría llegar a ser el último show de los Stones que iba a producir. Cosas que pasan. Tal vez el cansancio, la intensidad de todo lo que estaba viviendo por esos días.
Pero no me podía relajar.
Quién es Daniel Grinbank
♦ Nació en Argentina en 1954.
♦ Es empresario, representante artístico y productor de espectáculos.
♦ Ha creado varias empresas relacionadas con el espectáculo, como las radios Rock & Pop, Kabul (ahora Berlín), La Metro y Aspen, el sello discográfico DG Records, y la productora de espectáculos DG Producciones.
♦ Fue representante de Charly García y Mercedes Sosa, además de producir los espectáculos en Argentina de artistas como los Rolling Stones, Madonna, David Bowie, Lady Gaga, U2 y más.
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