25 años de “Honestidad brutal”: cuando Andrés Calamaro retrató a los ‘90
En abril de 1999, el músico se convertía en uno de los patriarcas del rock argentino, con un disco en el que comenzaba a darle una popularidad no buscada
En Razzmatazz (En Directo), un registro en vivo que al día de la fecha es su último disco editado, Andrés Calamaro dice antes de tocar ‘Ansia en Plaza Francia’: “el rock nacional también tiene un Chelsea Hotel, un Gramercy Park, un, un… Desayuno en Tiffany´s… Y es el Hotel Plaza Francia. Es mi versión genuina del Hotel California”.
Ansia en Plaza Francia’ está incluida en Honestidad brutal, que salía en abril de 1999, hace veinticinco años. En ese momento Andrés ya había sido candombero debutando con el uruguayo Beto Satragni en Raíces, ya había sido pop en Los Abuelos de la Nada, ya se había incrustado en el rock español en sociedad con Ariel Rot y ya había volado en primera clase en Alta suciedad. Y todavía faltaba, por ese entonces, para el Andrés yonki de El salmón (de hecho todavía nadie asociaba a Calamaro con la palabra “salmón”), el Andrés caribeño y flamenco de El cantante, el nebbiero de El palacio de las flores, el tanguero de Tinta roja, el Andrés matero y gauchesco de Bohemio.
Era 1999. Y en 1999, con Honestidad brutal, Calamaro estaba entrando definitivamente en el firmamento artístico. Y lo hacía con su primera y más profunda identidad: “Yo soy de Barrio Norte” decía Calamaro por aquellos años. La frase se lee en la página 50 de aquella mítica edición de la revista Rolling Stone de abril de 2001, la de la tapa que dice “El poeta de la zurda”, que tengo a la vista en este momento.
En efecto esa Buenos Aires, la de Barrio Norte, es la que se respira en Honestidad brutal: la ciudad plácida, recoleta y específica que se extiende desde la avenida Las Heras hacia las barrancas del Retiro, y cuyo epicentro será, para Calamaro y en 1999, la calle Schiaffino y más precisamente el Hotel Plaza Francia. La ciudad aledaña al Parque Thays, que Honestidad brutal imantó tanto como antes lo había hecho el Italpark; si Fito tomó para sí la zona de Corrientes y Montevideo con ‘11 y 6′ y Alejandro del Prado hizo lo propio con el barrio de Villa Real en ‘Aquella murguita de Villa Real’, Calamaro, en Honestidad brutal, se apropió de Recoleta. Esa es la parte de la ciudad que se ve en esa joya de la televisión argentina que es la entrevista con Bebe Contepomi para La Viola. Toman mate en la plaza San Martín de Tours, caminan por Posadas y finalmente bajan la cuesta de Schiaffino para despedirse en la puerta del hotel. Está, claro, en YouTube.
Ese fue el lugar desde el que Calamaro se convirtió en uno de los patriarcas del rock nacional. Como escribió alguna vez la poeta Lucía Eisenschlos: “Irse de la casa de los viejos / Mudarse con la persona que uno ama / Ir al hospital a traer un hijo al mundo // A veces se hacen las valijas más grandes para viajes de poquitas cuadras / Pero que son los viajes más hermosos e importantes de toda una vida”. Calamaro, en efecto, había nacido muy cerca de ahí, en la avenida del Libertador 184, esquina con Basavilbaso. Son diez cuadras: veinte minutos de caminata derecho por la avenida. Ese fue el lugar real o imaginario que Calamaro eligió para consagrarse.
Lo primero que Calamaro canta en ‘Ansia en Plaza Francia’ es: “Encerrado en mi torre de marfil / La soledad del cuarto del hotel”. Casi un turista, Calamaro estaba en tránsito todavía: llevaba una década entera en España y todavía faltaba para su vuelta a la Argentina y a la argentinidad a través de la Bersuit. Después la letra continúa hablando de dinero y elegancia, de tarjetas de créditos doradas y de fragancia: Calamaro todavía no era un artista popular. Quizá por eso no participaba de los recitales auspiciados por los gobiernos primero municipal y después nacional de la Alianza: ni Buenos Aires Vivo ni Argentina en Vivo ni nada. Para peor, lo hacía convencido: explícitamente quería que, para verlo a él, el público pague. Y tampoco alimentaba el sentido común antimenemista que compartía todo el resto del rock; en la página 201 de Tirados en el pasto, el libro que sacó en 2000 en coautoría con Alejandro Rozitchner, se lee que Calamaro dice: “hay que reconocer a Carlos Menem la oportunidad de tomar una dirección inédita en la dinámica económica y social de la Argentina”.
(En las décadas siguientes, dicho sea de paso, Calamaro se diferenciaría de los héroes de los noventa que se sintieron sorpresivamente cómodos en el estadocentrismo. No bebió de ese cántaro como sí haría el jet set cultural de la época menemista, que tenía una relación problemática o distante con la Argentina y vivía real o imaginariamente en Madrid; pienso, por ejemplo, en Andy Chango o Cecilia Roth. Nunca hubo, entonces, Andrés Para Todos).
Y fue desde cuarto de hotel en Recoleta que Calamaro escribió, ya sobre el cambio de milenio, las dos mejores canciones sobre el menemismo, que son ‘Clonazepán y circo’ y ‘No tan Buenos Aires’. (Después vendríamos nosotros, el resto, a escribir sobre Honestidad brutal y tratar de decir cosas inteligentes, pero esto lo dijo el mismísimo Calamaro en una entrevista con Esteban Pintos para Página 12 en diciembre de 1999, unos meses después de la salida del disco y días antes de la asunción de Fernando de la Rúa: “Creo que escribí las mejores canciones de la Argentina menemista, que se termina ahora mismo, que son ‘Clonazepán y circo’ y ‘No tan Buenos Aires’”. Estremece la conciencia sobre la propia obra. Martín Rodríguez podría decir: “Mérito imprescriptible de haber cantado las canciones en el momento en que las cosas ocurrían”).
El arte, sostendrá Calamaro hasta el día de hoy, es algo diferente del análisis y el posicionamiento políticos. Eso, en aquel momento, se traducía en poder hablar bien de Menem y, también, sentir y hacer sentir los problemas que había traído el menemismo.
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El periodismo especializado señaló de inmediato las relaciones carnales de Honestidad brutal con la obra de Bob Dylan, pero como en 1999 yo no sabía nada de Bob Dylan, y como tenía el prejuicio de que era un artista aburrido, no me importó y en todo caso lo veía como un demérito. Pero ahora sé que ‘No tan Buenos Aires’ es la ‘Sad Eyed Lady of the Lowlands’ del Río de la Plata.
Volver, llegar y saludar son los verbos de ‘No tan Buenos Aires’. Por eso de las neuronas que hay en mi cabeza hay una dedicada recordar a una chica que hace mucho y en España me dijo que había vuelto a Argentina después de cierto tiempo y en el momento en que el avión empezó a descender puso ‘No tan Buenos Aires’ en los auriculares. Inmediatamente se creó entre nosotros una profunda corriente de simpatía: Calamaro hizo una canción para ese momento en que el avión hace una especie de curva ritual sobre el Río de la Plata y uno sobrevuela Buenos Aires y ve el lugar, que es más mágico que Babilonia porque ahí se traspapela nuestra vida, y todo es brillo, incandescencia y reverbero.
En ‘No tan…’ están la desocupación, la delincuencia y el fútbol, y como canto de amor a la tierra propia diría que solamente es superado por ‘Nueva zamba para mi tierra’ de Nebbia, canción que Calamaro ha tocado en vivo y grabado en estudio.
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Han pasado veinticinco años de Honestidad brutal y para completar la experiencia de esta nota me dirijo a la Recoleta. ¡Cierto que vivo en la mejor ciudad del mundo! Me voy acercando a la zona y de a poco el río empieza a imprimir su silencio. El alumbrado es más sutil que en el resto de la ciudad; ser rico es vivir con un alumbrado más cuidado y más consciente. Llego al lugar en el que transcurre el disco y ahí está la barranca con su surco. Hay bajadas y hay subidas; solamente acá puedo intuir la Buenos Aires del siglo XVIII. A lo lejos está la Villa 31, que en 1999 no llegaba a verse de tan lejos, y acá cerca el color es el color del dinero: hay negocios que venden habanos y vidrieras de alcurnia. Bajo por Schiaffino, compruebo su encanto una vez más y entro en el Hotel Plaza Francia, que ahora se llama Esplendor by Wyndham Buenos Aires Plaza Francia. El lugar está totalmente vacío, pero al cabo de unos minutos aparece alguien y me dice que ya no queda ningún empleado de aquella época. Recuerdo entonces ese comentario antes de tocar ‘Ansia en Plaza Francia’ en vivo: “el rock nacional también tiene un Chelsea Hotel, un Gramercy Park, un, un… Desayuno en Tiffany´s… Y es el Hotel Plaza Francia. Es mi versión genuina del Hotel California”.
Los hoteles que Calamaro menciona son hoteles relacionados con el rock, pero el último no: ‘Hotel California’ es una canción de The Eagles sobre lo que está y no está. En efecto, Calamaro ya no vive acá y ya no estamos en 1999.
1999: ese fue mi primer año sin jardín de infantes ni primaria ni secundaria; estaba haciendo el Ciclo Básico Común y eso me permitía descubrir a Buenos Aires mientras Calamaro la redescubría desde su cuarto de hotel. Sí: Honestidad brutal fue la única vez que vimos, en mi generación, a uno de los patriarcas del rock nacional haciendo su obra cumbre. No nos pasó con Spinetta en 1973 ni con Charly en 1984. Y con Fito, en 1992, todavía estábamos en la pubertad. Con Calamaro en 1999, en cambio, vimos a un artista en la cima de su arte y nos vimos a nosotros en el mundo, y ese es el lugar de Honestidad brutal en nuestras vidas.
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