A 35 años del recital de Amnesty en Argentina: del cierre con Bruce Springsteen al cambio esencial que impulsó Charly García y aprobó Sting
En octubre de 1988 se cerró en Buenos Aires una gira mundial que incluyó 15 países y 20 shows. Se trató de un evento único desde lo musical pero también en lo simbólico, con un mensaje conmovedor. Aquí, una crónica desde adentro y en primera persona, para rememorar un evento irrepetible
Por Eduardo Bolaños (Teleshow – Infobae)
El estadio Monumental sintió en sus entrañas que estaba volviendo a vivir lo que había atravesado 10 años atrás, cuando Argentina se había consagrado campeón del mundo. Pero nada tenía que ver este suceso con el fútbol. Aquel sábado 15 de octubre de 1988, casi 80 mil personas colmaron sus instalaciones para bailar, cantar y disfrutar con la última escala del concierto que Amnesty Internacional había organizado para celebrar los 40 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
En total fueron 20 recitales en 15 países, repartidos entre Europa, Centro y Norteamérica, Asia, África y Sudamérica, con la idea de crear conciencia global sobre los Derechos Humanos. Esta magnífica historia levantó su telón en el mítico estadio de Wembley, en Londres, el 2 de septiembre, y concluyó en Buenos Aires, en aquella jornada fría de temperatura pero inmensamente cálida por todo lo que se vivió. Era una magnífica posibilidad de ver en vivo a una selección de los mejores músicos del momento, donde estaban nada menos que Peter Gabriel, Sting y Bruce Springsteen, acompañados por Youssou N´Dour Tracy Chapman y la participación, en cada país, de artistas locales. En River, subieron al escenario León Gieco y Charly García.
Hace 35 años la información de los sucesos internacionales era escasa o llegaba con retraso a este rincón del mundo. Cursábamos el tercer año del secundario en el colegio Don Bosco y Adrián, uno de mis mejores amigos, que lo sigue siendo hasta el día de hoy, solía estar al tanto de lo más relevante de la música. Él fue quien me contó sobre el concierto de Amnesty en Argentina y me insistió para que fuéramos a la cancha de River. Un mediodía, a la salida de la escuela en el barrio de Congreso, caminamos hasta un negocio que vendía posters y discos en una galería de la calle Lavalle en el microcentro, donde compramos las entradas con varios meses de anticipación. Esas que nos permitieron vivir una jornada única, que quedaría por siempre en el recuerdo.
En estos tiempos, organizar un concierto con ese tono político no sería problemático en nuestro país, pero en aquellos 80, con una democracia que aún no había cumplido sus cinco años y donde el presidente Raúl Alfonsín había sobrellevado dos planteos militares, no era tan sencillo. Peor era la situación en Chile, donde Augusto Pinochet ya acumulaba 15 años en el poder y prohibió el recital en el Estadio Nacional de Santiago, por lo que los organizadores lo trasladaron al Malvinas Argentinas de Mendoza, apenas 24 horas antes del que se tuvo lugar en la Capital Federal.
Nos encontramos en una esquina híper conocida para todo el mundo, pero que para nosotros era una más del barrio, como la de la confitería El Molino, en Rivadavia y Callao, pasado el mediodía. El colectivo 64 transportó nuestra ansiedad desde Congreso hasta las barrancas de Belgrano y de allí a pie hasta el Monumental, donde ya se respiraba el clima de fiesta. Llegamos en el momento en que se abrieron las puertas, cerca de las 3 de la tarde. Se pasaron rapidísimo las dos horas hasta que le llegó el turno al primero para hacer su presentación. Fue León Gieco, consustanciado históricamente con la causa, que regaló dos gemas de su repertorio, acompañado por la guitarra y la armónica: “Hombres de hierro” y la siempre ovacionada (aunque aquella vez más que nunca) “Solo le pido a Dios”. Así recordaría su paso por el concierto: “Para mí realmente fue muy importante poder tocar en la gira de Amnesty, por todo lo que significaba, y por los músicos con los que compartí el escenario. En un momento me encontré en el camarín ensayando al lado de Bruce Springsteen, Sting y Peter Gabriel, y confieso que me daba un poco de impresión. No voy a negarlo”.
A continuación llegó Charly, bien a su estilo. Arrancó con “Demoliendo hoteles” y sus primeros versos provocaron el delirio: “Yo que crecí con Videla…”. Como un hilo invisible para los ojos, pero no para los corazones, pegó “Los dinosaurios” y “Nos siguen pegando abajo”, para concluir con “La ruta del tentempié”. Se retiró con una máxima: “Lo de los derechos humanos es en serio, chicos. Crean en eso”. Se dejó envolver por el calor de la ovación, cuando la temperatura ya debía andar por los 10 grados.
Hilda Lizarazu, que por entonces pertenecía a la banda de García, recordó una situación particular vivida en la trastienda: “Había una zona común detrás de escena, donde cada uno tenía su camarín. Allí fue donde Charly se cruzó con Bruce y le dijo quién mandaba, advirtiéndole: ‘Acá el jefe soy yo’”.
El público estaba en éxtasis, estado que se amplificó cuando todos los músicos aparecieron cantando un estribillo claro: “Derechos Humanos ya”. Inmediatamente el escenario fue territorio del senegalés Youssou N´Dour, que lo llenó de ritmos y danzas coloridas y alegres, muy propias de su región. El concierto dio un giro de 180 grados cuando la joven Tracy Chapman, apenas acompañada por su guitarra, le dio un clima intimista al atardecer porteño, con su dulce voz y los temas de su disco debut, lanzado ese mismo año.
El evento no fue televisado en directo para nuestro país y recién se pudo observar en la noche del 10 de diciembre, el Día Internacional de los Derechos Humanos. La grabación estuvo a cargo de la cadena HBO, con un gran despliegue de 25 cámaras y un camión de exteriores. Pero la radio fue, como tantas veces, la protagonista, porque allí sí se pudo seguir entero el recital. La emisora no podía ser otra que Rock & Pop, que atravesaba un excelente momento, con programas muy escuchados como Radio Bangkok, con Lalo Mir y Boby Flores por las mañanas, o Malas Compañías, con Mario Pergolini en la tarde.
La puesta de luces para la parte que le tocaba a Peter Gabriel fue impactante, algo que jamás se había visto en Argentina. A eso había que sumarle una banda impecable y un cantante que estaba en la cumbre y que, a sus clásicos, les agregó algo de música con reminiscencias africanas, con bailes que sorprendieron al público. El cantante inglés, hoja en mano, leyó en castellano: “Soñamos un mundo en el que cada hombre, mujer y niño tenga los derechos protegidos. Pido a todos que firmen esta declaración. El futuro está en sus ojos”. Con ese cierre hizo una conexión con su canción “En sus ojos”, que había sido muy exitosa en su disco So, del año 1985.
El cierre estaba destinado para Bruce Springsteen, pero la gran figura era Sting, que lo antedecía en el orden establecido. Era muy querido por el público argentino porque había actuado con The Police y menos de un año antes, en diciembre del 87, llenó ese mismo estadio como solista. Pero para aquella inolvidable jornada de octubre del 88 tenía reservada una sorpresa muy especial: invitó a subir al escenario a las Madres de Plaza de Mayo e interpretó el tema “Ellas bailan solas”. Pero no solo se limitó a ese gesto, sino que bailó con cada una de ellas, en un gesto de una potencia inmensa que valió más que muchas palabras. Las Madres disfrutaron cada instante de ese merecido y masivo reconocimiento, con los pañuelos blancos en sus cabezas. Fue una inmensa manera de visibilizar esa lucha incansable que llevaba más de una década y, para algunos, aún estaba oculta.
Sting, en un castellano más que aceptable, cerró su brillante participación dándole el pase a quien lo sucedería en el escenario: “Amigos y amigas, mi fantástico hermano: Bruce Springsteen and The E Street Band”. El público ya había estallado varias veces en las extensas horas que llevaba allí, pero ese anuncio fue una invisible inyección de energía, que se potenció cuando el Jefe arrancó con “Born in the USA”, uno de sus temas más conocidos y que le había dado título a su legendario álbum de 1984, con su icónica portada (con el cantante de espaldas), y que allí logró la consagración definitiva. Un clásico cantado por todo el estadio, que sentía que por sus venas corría el más puro rock & roll.
El domingo 16 -Día de la Madre- ya tenía casi dos horas de vida cuando llegó el cierre apoteótico, porque a Springsteen se le fueron sumando todos los que lo habían antecedido en el escenario. La idea era cantar la misma canción que en Barcelona, con el tema “Get up, stand up”, de Bob Marley, pero en castellano y con la frase “Derechos Humanos ahora”. Pero tuvo una modificación que fue producto del genio inagotable de Charly García, quien horas antes, en el ensayo, percibió que le métrica no cerraba y debían cambiarla por “Derechos Humanos ya”. Hubo algunas discusiones, que se zanjaron cuando Sting, que tenía conocimientos de nuestro idioma e incluso había grabado en castellano, le dio la razón. Fue algo extraordinario, acompañado por las luces que a pleno se encendieron, en sintonía con los corazones de los presentes, que ya lo habían hecho hacía varias horas. Fue un lujo, por ejemplo, escuchar a Sting, y que Bruce Sprinsteen estuviera a su lado haciendo palmas, acompañándolo. Se notaba que entre ellos había una sincera corriente de respeto y admiración.
Los relojes ya marcaban las 2 de la madrugada del domingo. Nadie quería dejar el Monumental, porque sabíamos que habíamos sido testigos de un hecho extraordinario. Nos fuimos alejando y en las cuadras circundantes de Núñez, nos reconocíamos en los rostros de quienes caminaban a la par, porque teníamos la misma felicidad. Gracias Adrián por insistirme para ir, por haber disfrutado de un evento irrepetible y poder contarlo, con lujo de detalles, 35 años más tarde.
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