John Bonham

La leyenda de Bonzo, el hombre más salvaje del rock: hoteles destrozados, un tiburón bebé y 40 medidas de vodka

Hace 75 años nacía John Bonham, el baterista de Led Zeppelin. Su pasado como obrero de la construcción. Por qué fue considerado uno de los mejores (o el mejor) en lo suyo. Las anécdotas de sus giras y su energía desbordada. Los solos épicos. Cómo fue el último día de su vida

Por Matías Bauso (Infobae)

John Bonham fue el baterista de Led Zeppelin, uno de los más grandes de la historia, quizás el mejor de todos. Sus historias de excesos le dieron un aura legendaria. Después de la muerte de Bonzo, Zeppelin se disolvió. (Photo by Jeffrey Mayer/WireImage)

Hoy hubiera cumplido 75 años John Henry Bonham, el baterista de Led Zeppelin. Si siempre es complicado predecir de qué manera envejecerán las personas, en este caso se hace casi imposible imaginar cómo sería el Bonham septuagenario. Murió muy joven. Ahogado en alcohol. Una vida (demasiado) veloz y desbordada, sin freno, repleta de historias impactantes y excesivas, que, entre otras cosas, no invitaba nunca a vaticinarle la menor longevidad. Su muerte provocó dolor y un gran vacío, tanto que llevó a la disolución de su banda, la más importante de su tiempo. Pero no causó sorpresa. Era un final previsible.

Su apodo lo definía a la perfección. Bonzo. Alguien que era capaz de prenderse fuego, de quemarse en medio de la vorágine del rock.

La leyenda escandalosa no debe tapar el talento (quizás el genio) del músico. Contar sus excesos, las anécdotas escatológicas y su prematura muerte se hace inevitable. Pero nada debe tapar que John Bonham fue, probablemente, el mejor baterista de la historia del rock. Todas las encuestas especializadas lo ubican en el podio (la mayoría en el primer lugar). Alcanzó alturas que sólo Neil Peart (de Rush) y Buddy Rich consiguieron. En los golpes de Bonham convivían la tradición y la novedad, el timing del jazz y la fuerza del rock. Era capaz de la sutileza, del tempo exacto y de la demostración hercúlea con solos de media hora de duración. Si los músicos reencarnaran en fenómenos naturales, John Boham sería un terremoto.

Physique du rol salvaje. El bigote ancho y cayendo al costado de la boca. A veces un bombín en la cabeza, saco de gángster o una musculosa agujereada. Bonham siempre transmitía fiereza y poder. En la batería podía hacer todo lo que hacían los demás y varias cosas que sólo él podía. No era sólo habilidad mimética. Tenía un sonido propio. Bonham fue la fuerza que traccionó a Led Zeppelin con su batería y también con los bongos, las congas y hasta el gong.

Una estampa típica de Bonzo: mirada torva, bigote espeso y en manubrio, bombín negro

“Lo único que sé hacer, lo único que hago bien es tocar la batería. Por eso me dediqué a ella con tanta intensidad”, había declarado Bonham alguna vez. Sus solos navegaban entre lo épico y lo excesivo. Pocas veces la interpretación definió de manera tan perfecta a un músico. Enérgicos, desbordados, imaginativos, originales, desbocados.

Su pasado como obrero de la construcción, los miles de ladrillos que endurecieron su manos permitían que en algún momento lanzara los palillos al público y siguiera sólo con sus manos. Era un momento hipnótico, algo tribal, que terminaba con sus dedos ensangrentados.

Su solo en Moby Dick llegó a durar media hora en algunos recitales. Sus compañeros de banda hasta podían dormir una pequeña siesta en medio del recital si lo deseaban. Robert Plant lo presentaba y salía del escenario. Jimmy Page y John Paul Jones lo acompañaban en la introducción hasta que Bonzo se lanzaba en su aventura de cada noche. El tema tuvo varios nombres. Pat’s Delight (Pat era la esposa de Bonham) y Over the Top. La versión del solo de The Song Remains the Same, la película de Zeppelin que se perpetuó en las trasnoches de los cines porteños por décadas, duraba veinte minutos.

Como si fuera una señal, como si se hubiera tratado de una declaración de principios, el primer tema de la discografía de Led Zeppelin, el inicio de esa canción resume en unos pocos segundos las diversas habilidades, los múltiples talentos de John Boham. Good Times, Bad Times es un pequeño pero contundente catálogo de todas las destrezas de Bonham.

Phil Collins contó que siendo muy joven lo vio tocar a fines de los sesenta en un pequeño local de Londres. Bonham estaba en la Band of Joy con Plant. Collins quedó hipnotizado por el baterista. No pudo dejar de mirarlo toda la noche. Nunca había estado ante un baterista de ese calibre.

A los 6 años John comenzó a golpear con unos palitos todo lo que se le cruzara. Cacerolas, platos, recipientes de vidrios, latas de galletitas. A los 10 la madre le compró un tambor. Al ver que la afición tomaba ribetes más serios, el padre (que se llamaba igual: Bonzo fue la tercera generación de John Henry dentro de los Bonham) le regaló una batería profesional. Desde ese momento se dedicó a imitar a sus ídolos: Gene Krupa, Buddy Rich, Joe Morello. Escuchaba con devoción a los bateristas de jazz.

Luego tocó en muchos grupos de aficionados, buscando abrirse un camino. Hasta que conoció a Robert Plant. Este le dijo a Jimmy Page que Bonham debía ser el baterista de su nuevo grupo. Cuando el guitarrista lo escuchó tocar no tuvo dudas.

Bonham se había casado muy joven con Pat Phillips. Tuvieron dos hijos, Jason y Zoe. Al principio vivieron en una casa rodante. Los tiempos no eran fáciles. John quería vivir de la música, aceptaba todos los trabajos que le ofrecían, pero no podía abandonar sus tareas como obrero de la construcción. Sin esos ingresos no llegaban a fin de mes. En él convivían, el salvaje que vivía de fiesta, el de los excesos imposibles, con el que añoraba el regreso a su casa, a la tranquilidad de su familia, trabajar con el tractor en el campo, en su hogar de Worcestershire. En esa batalla diaria y personal, Mr. Hyde tenía las de ganar.

Muchos de sus amigos coinciden en que Bonzo era amable, divertido y hasta un caballero de gestos toscos. Ese estado se mantenía hasta que la primera gota de alcohol entraba a su organismo. A partir de ese momento, una especie de monstruo se apoderaba de él. Se convertía en alguien que sólo traspasaba límites. Las bromas pesadas, un andar impredecible, la violencia siempre a punto de estallar, la (auto) destrucción.

Las historias, anécdotas y leyendas se entremezclan. Fue un verdadero demoledor de hoteles, siendo uno de los pilares importantes para que esa práctica se convirtiera en una tradición rockera.

En Los Ángeles intentó tirar un piano de cola por el balcón de su habitación del piso 15. En otro hotel de lujo, esta vez en Tokio, se robó una katana que estaba en exhibición en el lobby y destrozó con ella cada elemento que encontró en su habitación. Pero no le fue suficiente. Fue hasta el cuarto de John Paul Jones, lo sacó al pasillo y se encerró en ella para repetir el procedimiento. Dicen que no dejó resto que superase los 20 centímetros de longitud.

John Bonham y Jimmy Page en 1968 tocando en los New Yardbirds. merses después conformarían Led Zeppelin (Photo by Jorgen Angel/Redferns)

A la mañana siguiente, el manager del grupo pagó una fortuna al gerente del hotel como indemnización y Zeppelin fue vetado de por vida en el establecimiento.

Una vez pidió que le subieran a su habitación el último número de la revista Playboy, una edición que los músicos esperaban todo el año más allá de saber cual era la chica que ocupaba el centerfold, para perseguirla en las siguientes fiestas y ver quién era el primero que podía tener sexo con ella. Era el de la encuesta que premiaba a los mejores músicos del año. Cuando llegó al apartado de baterista, estaba seguro que como en años anteriores él encabezaría la nómina. Pero no sólo eso no sucedió sino que se sintió totalmente humillado al ver que la que había triunfado ese año era Karen Carpenter, algo así como su antípoda. Bonzo casi que no tuvo más remedio que descargar su furia con el mobiliario de su cuarto de hotel. La televisión voló, una vez más, por la ventana y todo quedó destrozado. Cuando el manager llegó a pedirle explicaciones, Bonham sin palabras por la indignación le señaló la encuesta.

Los testigos le atribuyen, también, un rol fundamental en la anécdota/leyenda/abuso (que Frank Zappa desperdigó con una canción) de la groupie y el tiburón bebé (historia que en la actualidad hubiera sido recibida de manera muy diferente que en los setenta). La historia que circula hace casi medio siglo cuenta que Zeppelin estaba alojado en el Edgewater Inn de Seattle. La particularidad del hotel es que sus ventanas dan al mar. Desde una de ellas Bonham y otros del equipo de gira se pusieron a pescar desde una de esas ventanas. Y picó un tiburón bebé. Después ataron a una joven en la cama y pasaron el pequeño escualo por sus genitales y lo introdujeron en ella.

Tenía una gran colección de autos y disfrutaba de andar a altas velocidades en ellos. Varios de los que subieron en el asiento del acompañante bajaron vomitando (se supone que además de la velocidad tenían bastante alcohol encima: una mala mezcla).

El destino de John Bonham se ha asociado, no sin razón, al de Keith Moon, de los Who. Ambos bateristas de talento de bandas míticas, con severos problemas con el alcohol y las drogas y muertos prematuramente. “No hay posibilidad de que después de tocar para miles de personas, te bajes del escenario tranquilamente, vayas a tu hotel, te tomes un tacita de té y te vayas a dormir con un noticiero televisivo de fondo”, solía explicar Bonzo cada vez que le preguntaban por la veracidad de las anécdotas que le atribuían.

En 1977 fue arrestado junto al manager y otros dos técnicos de la banda por golpear brutalmente a un guardia antes de un concierto en Oakland. A raíz del evento, Led Zeppelin se alejó de Estados Unidos por un tiempo. La gira se interrumpió pocos días después cuando le avisaron a Robert Plant que su hijo Karac, de 5 años, había muerto. Los eventos posteriores impidieron ya regreso alguno.

La muerte del hijo de Robert Plant puso al grupo al borde de la disolución. Demasiado dolor, demasiada oscuridad. La parálisis duró un par de años. Pero en 1979, Zeppelin volvió a girar por Europa. Tras la presencia en dos grandes festivales -en los que la banda siempre era la mayor atracción- recorrieron varios países.

Después de muchos problemas y pérdidas personales terribles, en septiembre de 1980 Zeppelin se preparaba para volver a los escenarios en Estados Unidos. (Photo by Michael Ochs Archives/Getty Images)

En una de las primeras fechas, en Nuremberg, sucedió lo que nunca había pasado hasta entonces. Los excesos le impidieron a Bonzo hacer bien su parte. Después del tercer tema se desvaneció en el escenario. No estaba en condiciones de seguir. En el resto de las fechas su rendimiento no estuvo a la altura de sus capacidades. Esa fuerza natural estaba minada por el alcohol.

Led Zeppelin se había convertido no sólo en el grupo más importante del mundo (junto a los Stones); era también, o quizá gracias a eso, un fárrago de drogas, alcohol, mujeres, peleas, armas, ocultismo y dolor. En un batallón de desbordados, Bonham era el que más se destacaba. La energía demencial que volcaba en el escenario no se apagaba fuera de él. Y la manera de canalizarla nunca era la mejor posible.

En septiembre de 1980, la banda se preparaba para volver a Estados Unidos después de tres años. Decidieron juntarse a ensayar en la mansión de Jimmy Page en Windsor. Parecía que la banda dejaba atrás los malos momentos, las desgracias. Pero el clima distaba de ser el ideal. La tristeza (o la desesperación) de algunos y los desbordes de otros ensombrecían el regreso que había sido planificado con ambición. El show sería enorme. Luces, gran escenario, equipos de sonido no utilizados por nadie hasta el momento.

El 24 de septiembre de 1980 se juntaron para empezar a ensayar. Ese día sería el último en que los cuatro músicos estarían juntos.

Bonham fue en auto con Plant. Desde el asiento trasero le dijo: “Se acabó esto de tocar la batería. Cualquiera toca mejor que yo. A partir de ahora yo canto y vos le das a los parches”. No se sabe si trataba de una broma, de una súbita pérdida de confianza o si hablaba en serio.

Llegaron al mediodía. En ese momento, Bonham encaró uno de los raíds etílicos más espeluznantes de la historia del rock.

“Tomé 18 whiskys. Debe ser todo un récord”, se supone que fueron las legendarias últimas palabras del poeta Dylan Thomas. Algo similar podría haber sido la despedida definitiva de John Bonham. El día de su muerte tomó, en un lapso de 12 horas, 40 medidas de vodka. Debe, también, tratarse de un récord. No llenó cuarenta veces su vaso. Dicen que fueron diez cuádruples medidas.

Antes de la medianoche se desplomó sobre uno de los sillones. Dos asistentes lo cargaron hasta su habitación y lo acostaron. Tuvieron la precaución de acostarlo de costado, apoyado sobre unas almohadas; tenían experiencia en lidiar con sus borracheras. Creyeron que al día siguiente se volvería a la normalidad. Bonzo mostraría algunos signos de resaca, tendría un inicio lento, pero rápidamente recobraría su potencia. Pero cuando a la hora pactada la batería de la sala de ensayos seguía vacía, lo empezaron a buscar por la propiedad.

John Bonham murió el 24 de septiembre de 1980 después de tomar 40 medidas de vodka. Led Zeppelin no continuó sin él. (Photo by Dick Barnatt/Redferns)

El bajista John Paul Jones y el road manager Benje LeFevre fueron a despertarlo. Pero no pudieron hacerlo. Luego de unos pocos segundos, Jones entendió que algo andaba (muy) mal. Empezaron los gritos, las corridas, las maniobras desesperadas. Alguien llamó una ambulancia aunque sabían que ya nada había para hacer. John Boham estaba muerto.

Los rumores hablaron de drogas múltiples. No está demasiado claro cuánto había consumido durante las horas previas. Pero los forenses determinaron que el verdadero causante fue el alcohol y su ingesta desmesurada. Bonham murió asfixiado por su propio vómito. Era tanta la cantidad de alcohol que tenía en sangre que su cuerpo nunca pudo reaccionar.

La muerte de Bonzo trajo la muerte del grupo. Led Zeppelin se disolvió. Los tres sobrevivientes sabían que nadie podría ocupar su lugar. John Bonham era irremplazable. Hubo rumores de que irían en busca de Carmine Appice, baterista de Vanilla Fudge, que había estado cerca de la banda en los inicios y del que Bonzo había aprendido alguna técnica con el pedal. Pero a pesar de ser uno de los pocos que podrían haber ocupado el sitio, todos sabían que nada sería lo mismo. La banda se reunió en las últimas décadas en algunas pocas oportunidades con fines benéficos. La banqueta de Bonzo, sólo ocasionalmente, fue ocupada por Phil Collins y por Jason Bonham, el hijo de John.

El día que tomó las 40 medidas de vodka, Bonham tenía 32 años. Desde su muerte ya pasaron más años de los que vivió. Bonzo es una leyenda que excede las historias de excesos y locura. Su legado son sus grabaciones y los videos de las actuaciones en vivo que se multiplican por la red. Los bateristas que vinieron después están en deuda con él.

#ELSIESTERO, Historias y anécdotas de las mejores Bandas del Mundo, Domingos de 17.00 hs. a 18.30 hs. 105.1FM www.fmsos.com.ar

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